Desde que Coronell dio a conocer, el martes pasado, que Felipe López, fundador y accionista de la revista, le había comunicado que su columna no sería publicada más en esa casa editorial, se desprendió una avalancha de especulaciones sobre las motivaciones de cada una de las partes involucradas.

Hoy, con el paso de las horas, surgen análisis más reposados, pero que no terminan de explicar exactamente lo que pasó, una incertidumbre que alimenta también el hecho de que la revista y su director, Alejandro Santos, han guardado absoluto silencio sobre lo que pasó.

Claudia Palacios, por ejemplo, en su columna de El Tiempo, construye un silogismo con elementos y actores fundamentales en es este caso, y advierte que “la conclusión más fácil es que como los Gilinski, que han sido afines a […] Uribe, ahora son los dueños mayoritarios de Semana; y como Daniel Coronell, columnista más leído de esa revista, es el mayor contradictor y denunciante de Álvaro Uribe desde el periodismo, a Daniel le fue cancelada su columna en Semana porque los Gilinski lo pidieron […]”.

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Aunque admite que esa conclusión “puede ser la verídica”, ve pertinente hacer lo que ella llama “análisis difíciles”, uno de los cuales sitúa la carga del lado de Coronell:

“Creo que nadie que sea tan osado como para ‘patear la lonchera’ pueda ser tan ingenuo como para no calcular las consecuencias que esto pueda tener. Incluso creo que, en ocasiones, quienes se atreven a hacerlo quieren provocar su despido para dar un mensaje de rechazo muy sonoro a algo que no comparten y que, en este caso, podría ser que el medio haya sido adquirido por un grupo económico y además afín al uribismo; o, quizá, anticiparse a un cierre de la columna en condiciones desfavorables”, considera Palacios.

Arturo Charria, por su parte, en su columna de El Espectador, inscribe la salida de Coronell de Semana en una tendencia que “han cuestionado” los lectores y que, sin mencionarlo, tiene que ver con la manera como la revista ha dejado de ventilar casos ligados al expresidente Uribe y cómo esa publicación es proclive al gobierno de Duque.

Critica el “timonazo editorial” de la revista por el cual quedaron atrás “las portadas sobre las chuzadas del DAS y los falsos positivos”, y que ahora “muestran al presidente Duque sorteando, como el capitán Ahab, las turbulentas aguas del país”.

“Sin embargo, para muchos, la independencia aún se mantenía a través de sus columnistas, pues, más allá de las portadas gobiernistas, la fuerza de Coronell, Caballero, Duzán y Samper ejercía un contrapeso al interior de la publicación”, considera Charria, y hace una recomendación por como están las cosas: “La revista debería ser honesta con sus lectores, asumir el costo de sus decisiones y en la próxima edición cambiar el color de sus letras de rojo a azul, como en su momento lo hizo El Tiempo”.

Para Gerardo Quintero, de El País, de Cali, la salida de Coronell de la revista “simplemente es el aterrizaje a una realidad que los comunicadores se niegan a entender. Los medios de comunicación no son de los periodistas, tampoco son intocables y nadie es imprescindible así tenga el nombre y la historia que posea”.

Este columnista cree que Coronell “ya sabía lo que podía derivar de su confrontación. […] Debía ser consciente [de] que así como lo invitaron a esa casa periodística y escribió de lo que le dio la gana, hasta contra el propio medio, también Semana estaba en todo su derecho de darle las gracias y decirle hasta pronto”.

“Todavía algunos viven de utopías y se olvidan de los principios que rigen el pragmatismo”, sigue Quintero. “Los medios de comunicación son empresas que buscan utilidades y si uno de sus empleados es incómodo, por las razones que se determinen, es retirado de la misma. Y […] ese modelo funciona en Colombia (como se ha venido demostrando a lo largo de los últimos años con el adelgazamiento dramático de las redacciones y los cierres de algunos medios), pero también en el resto del mundo”.