“¡Bienvenida, bienvenida, nuestro corazón te da la bienvenida!”, cantó al unísono una decena de religiosas que esperaban a la monja Gloria Cecilia Narváez en el aeropuerto El Dorado de Bogotá, mientras la recién llegada abrazaba a cada una de ellas.

“El Señor me dio la alegría de tener hermanos y hermanas. […] De todo corazón, les agradezco”, dijo, conmovida, Narváez, secuestrada el 7 de febrero de 2017 cerca de la localidad de Koutiala, 400 kilómetros al este de Bamako, la capital de Malí. Entonces, trabajaba como misionera en la parroquia de Karangasso. Su liberación se produjo el pasado 9 de octubre.

Las religiosas que recibieron a Narváez en la terminal aérea exhibían carteles que decían: “Te esperamos con alegría” y “Bienvenida a la libertad”.

Narváez integraba la congregación suiza de las Hermanas Franciscanas de María Inmaculada, que nació en 1893 en Colombia y con presencia en 17 países.

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“Me asombra su fortaleza. Usted en ese inclemente desierto, lo que tengo es admiración”, le confesó el coronel Gustavo Camargo, subdirector de la policía antisecuestro que estuvo en Malí para presionar por su liberación.

Originaria de un país castigado por el secuestro en medio de un conflicto armado de más de medio siglo, Narváez abogó por las víctimas de este flagelo.

Yo pensaba en todos los sufrimientos que pasa la gente cuando está secuestrada aquí mismo en Colombia, en el mundo entero, allá en Malí, cuántas personas todavía han quedado”, lamentó la monja.

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La madre de Narváez falleció en septiembre de 2020 esperando la liberación de su hija.

Los secuestros también son corrientes en Malí, país africano sumido en una grave crisis de seguridad, sobre todo en el centro de su territorio, uno de los focos de violencia yihadista.

Desde marzo de 2012, varias zonas se encuentran en manos de grupos vinculados a la red Al Qaida.

Antes de volver a Colombia, la religiosa visitó al papa Francisco en el Vaticano.