En varios salones de la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB) de Medellín se habla en voz baja de que presuntamente un profesor, considerado por varias generaciones de estudiantes como un faro de conocimiento que con su intelectualidad es un baluarte del programa de Comunicación Social-Periodismo, sería en realidad una persona inmersa en señalamientos de supuesto acoso.

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En 2017 Laura Agudelo se encontró con esta persona en los primeros semestres de esa carrera. Con las ganas de aprender vivas, asistía sin falta a su clase favorita. Esa en la que aprendía sobre semiología y cultura general. El docente fue para ella una persona culta y que admiraba.

Su nombre es Nicolás Chalavazis Acosta, un prestigioso profesor con una hoja de vida en la que consta que es doctor en Filosofía, magíster en investigación psicoanalítica y comunicador social. Es conocido por su ascendencia colombogriega, por ser autor de varios libros y por destacarse en la comunidad universitaria. Una “vaca sagrada”, dicen allí.

Laura –la única que relató su historia sin reservar su identidad– contó que en ese año aún era menor de edad y veía esa cátedra como una de las mejores.Yo, primípara en la universidad, entré y vi que él sabía un montón, sabía explicar y disfrutaba mucho su clase”, recordó.

En medio de una de las clases, el tema de conversación fue “la trivialidad de la vida”. Días después, Laura pensó en ese tema y buscó un libro relacionado, que había leído. Así que se lo recomendó a Chalavazis. Él agradeció su gesto y le dijo que lo leería. Sin embargo, lo que para ella fue una acción bienintencionada, él lo aprovechó para cruzar una línea que ella define como el detonante “para que él siguiera hablándome de una manera que no es la de un profesor con su alumna”.

De ahí en adelante, por varias semanas, el chat de Facebook de Laura siempre tuvo un mensaje fijo: el de Nicolás Chalavazis. El contenido de estas conversaciones, en poder de EL COLOMBIANO, aparentan naturalidad. “Cómo estás”, “qué haces”, “qué opinas”, “dónde estás”. Pero con el paso de los días, estas preguntas mutaron hacia otras más invasivas. 

Además, Laura reconoció que, con la inocencia de una adolescente de 17 años, accedió a que el profesor pintara una acuarela con una foto suya. Así lo hizo. Y aunque el dibujo no le gustó, Chalavazis subió la pintura a su cuenta de Instagram, a través de cuatro imágenes que mostraban el proceso. Esas publicaciones continúan en su perfil.

Seis años después y reconociéndose feminista, a Laura no le queda un atisbo de duda de que a quien admiraba por su clase sacó provecho de su posición de poder para intentar que su relación fuera más allá de lo académico. “Que un profesor te escriba todos los días no tiene cabida, porque es una relación en la que no tenía por qué preguntarme cosas así”, aseguró.

A final de ese semestre, del profesor erudito que conoció, solo quedaba una persona por la que sentía desagrado y que en sus clases “empezaba a hablar de temas muy incómodos”.

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Invitaciones: vino y coca cola

El acoso en las universidades es una realidad latente, que, en ocasiones, no pasa de las paredes de un salón o de un rumor de pasillo. En su investigación Acoso, universidades y futuros posibles, la organización Dejusticia expone cifras sobre esta problemática en doce universidades de Colombia. La Universidad Industrial de Santander tiene 23 denuncias; la Universidad Nacional, 13; y las universidades Distrital y de La Salle, ocho. Son los centros universitarios con más casos reportados en un conteo que incluye a la Universidad de Antioquia (3) y la Universidad de los Andes (5).

Si bien hasta el momento no hay una denuncia penal contra el profesor, estas historias están amparadas por la Sentencia T-275 de 2021 de la Corte Constitucional que protege la publicación de señalamientos de acoso (escraches) sin que tenga que haber una acusación formal ante la autoridad judicial.

Los cinco testimonios que documentó EL COLOMBIANO ocurrieron entre 2015 y 2022. Además, conoció otro de una estudiante que intentó exponer estos hechos, pero dice que fue censurada.

Los relatos dejan ver un ‘modus operandi’: los halagos a sus cualidades intelectuales; las invitaciones a tomar gaseosa, café o vino fuera de los espacios académicos; los mensajes insistentes por redes sociales (Facebook o Instagram); comentarios sobre el aspecto físico de ellas, así como las insinuaciones que, en varios casos, terminaron –como en el caso de Laura– en una invitación disimulada a ser sus modelos para pintarlas desnudas.

Muestra de ese comportamiento es la historia de Liceth*, quien actualmente es estudiante y es el caso de presunto acoso más reciente que conoció este diario.

Tiene 20 años y su interés por la investigación la hizo cruzarse con el profesor Chalavazis. Contó que en el segundo semestre de 2022 era monitora académica y a veces dictaba clases para estudiantes de otros semestres. Antes de iniciar una, el docente con el que las hacía le dijo que Chalavazis asistiría, refiriéndose a él como “un fan suyo”.

Ella le restó importancia al comentario, pero cuando pasó la sesión, Liceth expresó que las conversaciones que le propuso la hicieron sentir incómoda. “Empezó a preguntarme que cuántos años tenía, la edad de mi papá y qué pensaba de que mujeres jóvenes se metieran con hombres mayores, pero yo embolataba la conversación. Y me preguntó qué pensaba de que estudiantes se metieran con profesores”, dice.

Sin embargo, un detalle en la vestimenta de ella lo hizo caer en la cuenta de que hace parte del movimiento feminista. Por lo cual, rememoró Liceth, él cambió drásticamente su actitud y del profesor que le hablaba sobre su ropa y su físico, se convirtió en uno que le hablaba a la defensiva y que se quejaba porque “eran muy reacias a los cumplidos” y “difíciles para coquetear”.

A ella también le habló por redes sociales y le insinuó su “necesidad” de encontrar modelos para “practicar el cuerpo humano desnudo”. “Eso quisiera, pero me ha sido muy difícil hallar modelos. Para practicar el cuerpo humano desnudo, pues bueno, ya es otro tema”, escribió.

La pregunta, el libro y la nota

En paralelo al testimonio de Laura Agudelo –primer semestre de 2017–, ocurrió uno con el mismo comportamiento que adujeron todas las que hablaron para este reportaje.

El primer mensaje que recibió Mariana* de Chalavazis por Facebook decía, con un entrecomillado: “Yo ya sé que usted hace música, interpreta música, que usted brota música”. Así mismo, le escribió otros mensajes en los que le preguntaba cuándo acababa los finales del semestre.

Esta pregunta, no obstante, tenía un objetivo. Mariana narró que, en su clase y después de entregar un parcial final, él le comentó que “cuándo le iba a aceptar la salida a tomar vino o un café”. A esto, ella, esquivándolo, le dijo que estaba en finales y que por eso no podía. Así que Chalavazis le pidió que le escribiera cuando estuviera libre y, al recibirle el parcial, “él me cogió para abrazarme y me dio un pico que todavía me acuerdo y me da asco porque puso su boca en todo mi cachete y se quedó así por varios segundos”.

Alertada, optó por ignorarle todos los mensajes y no se le volvió a acercar. Pero recuerda que, en una conversación con otro docente “que yo quería mucho y que no lo quería para nada”, le preguntó: “¿Por qué si todo el mundo sabe esto, nadie hace nada?”. Su respuesta: “Me dijo que él era un intocable en la Facultad”.

Esto se debe a su recorrido académico que le da un status de importancia del que goza en la Facultad. Según su hoja de vida, ha escrito dos libros y ha sido reconocido como “Profesor Distinguido” de la UPB en septiembre de 2020 y por su Tesis Magna ‘Cum Laude’, en noviembre de 2022.

Por su parte, Marcela* relató que supo hasta la segunda mitad de 2015 quién era el hombre de cabello largo y barba tupida que la miraba fijamente en la cafetería de la UPB cuando cursaba primer semestre. Era Chalavazis Acosta, con quien matriculó clase sin saber que era la misma persona. En su testimonio, que se remonta a los meses finales de ese año, recuerda que fue de mal en peor y llegó al punto de sentirse con miedo de cruzárselo.

Primero empezó regalándole una caja de chocolates frente a todos sus compañeros de clase el día de su cumpleaños, aunque aún no sabe cómo lo averiguó. Con desconfianza, prefirió botarlos a la basura antes de siquiera pensar en probarlos. Luego, relata que empezó a agregarla en todas sus redes sociales: Facebook, Instagram, Snapchat, WhatsApp. Por donde le escribía insistentemente.

No obstante, el día que con más miedo recuerda fue cuando le dio el regalo más indeseable que pudo haber esperado recibir. Era el libro “Poesía completa” de Jorge Luis Borges, en donde se puede leer uno de los poemas que el profesor le enviaba por el correo institucional. Y, en la primera página en blanco, de su puño y letra, una dedicatoria para ella con el inicio: “pulcra Marcela”.

“No te moleste ni te perturbe el que te exprese que tu belleza me requiebra (…). Breve la vida, ¿cómo no hacértelo saber cada que pueda, que me eres bella?”, escribió Chalavazis con su firma al final.

Después de esto, mencionó, el profesor subió en una de sus redes una acuarela que pintó de una foto de ella sin haberle pedido permiso. La imagen, que acompañó con un poema, la borró luego de que Marcela le reclamara. Tanto fue su molestia, que al hacerlo le dijo que si no la eliminaba y la dejaba en paz, le contaría a su papá –que trabajaba en una entidad del Estado– y lo denunciaría en la Fiscalía.

¿Censura universitaria?

Emocionadas por una clase en la que tenían que hacer un trabajo sobre un tema libre, Tatiana Lozano y otras compañeras de clase iniciaron una investigación sobre el acoso en la UPB. Entrega tras entrega, las juiciosas jóvenes le presentaban al educador los avances en los que llegaron a recolectar hasta siete testimonios que señalaban a Chalavazis como un presunto acosador. Pero a pesar de su trabajo, el producto de final del semestre trató sobre otro tema.

La razón: el docente que los asesoraba les advirtió que se trataba de una persona que “tiene muchos amigos en la universidad” y ante la duda de si esa investigación pudiera traerles problemas en futuros semestres, decidieron parar.

“En medio del semestre, nosotras pedimos una cita con la directora de la Facultad (María Victoria Pabón) y le dijimos que había un profesor que tenía comportamientos sistemáticos de acoso, pero no le dijimos el nombre porque sabíamos que eran amigos. Se sorprendió muchísimo y quedó muy preocupada, pero no nos volvió a decir nada”, le contó a EL COLOMBIANO.

El asunto también llegó a escenarios virtuales. Fernanda Herrera es cofundadora del colectivo “Bolívar en Falda”, que se dedica a visibilizar las violencias basadas en género en espacios educativos. En diálogo con este diario, contó que llegaron a recibir más de 20 testimonios de mujeres que señalaban a Chalavazis por acoso.

El semestre anterior de ese 2015, Hannah*, estudiante de tercer semestre, inscribió clase con el prestigioso doctor en filosofía. Sus calificaciones hasta el final del curso, sostuvo, le permitían aprobar la materia si obtenía un 0,25 en el trabajo final. No obstante, luego de presentarlo, la nota que Chalavazis le puso fue 0,0. Así reprobaba.

Ante esto, ella le escribió para entender por qué la había puesto esa calificación, aunque no quedó satisfecha con su explicación. Pero recuerda que ese mismo día, horas después, le escribió por WhatsApp que “si quería que nos tomáramos algo, que saliéramos y habláramos de eso”. El mensaje no quedó ahí: “¿por qué no nos tomamos un jugo, hablamos de la nota y te explico mejor? Pero no como un profesor a una alumna, sino como una salida extracurricular”. Enfadada por estos mensajes, prefirió no responderle y perder la materia.

Aunque no guarda los chats de ese entonces, sostiene que un año después le comentó la situación a otro profesor cercano a ella, debido a la impotencia que sintió por lo que pasó. La reacción de él la sorprendió: “me dijo que cómo no le había contado y que eso era para un proceso disciplinario porque había ocurrido en repetidas ocasiones y que no era a la única a la que le había pasado”.

Herrera manifestó que con sus compañeras del colectivo “recogimos varias declaraciones y se lo pasamos a la universidad para mostrarles esta situación y, mediante un derecho de petición, preguntarles cuáles eran los protocolos de atención para estas denuncias. Solo respondieron que tenían una ruta para que las estudiantes que quisieran pudieran dejar una queja formal”.

Y agregó que “la UPB tiene conocimiento de que el acoso es muy grave, pero no hacen nada y con su omisión respaldan estas acciones. Son conscientes de esta situación por parte de muchos profesores y en muy pocos casos han hecho algo”.

Así mismo, al contactar a la UPB, desde su oficina de prensa contestaron que “no se encontró registro ni queja formal de este docente” ni contra ningún profesor. Y, por su parte, la directora de la Facultad, María Victoria Pabón, respondió que “la Universidad apenas se enteró del caso y está haciendo las investigaciones respectivas”.

En el ambiente queda una pregunta: ¿servirá la valentía de Laura, Liceth, Marcela, Hannah y Mariana para que los comportamientos de este profesor dejen de ser un “secreto a voces” y que la Universidad Pontificia Bolivariana, al menos, indague estos señalamientos y brinde respuestas por lo que ha ocurrido con él?

*Nombres cambiados por petición de la fuente.