Por: El Colombiano

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Este artículo fue curado por Miguel Galvis   Sep 16, 2023 - 1:35 am
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El maestro Fernando Botero llevaba cinco días con pulmonía y tuvo que ser hospitalizado, pero no aguantó. Su cuerpo no volverá a Medellín. Será enterrado en Pietrasanta, en la Toscana italiana, donde desde hace más de 40 años tenía su taller de escultura. Reposará al lado de Sophia Vari, su esposa, con quien estuvo casado 45 años hasta que, el pasado 5 de mayo, también viernes, ella falleció. Su plaza, su museo, sus gordas, sus óleos, sus acuarelas, sus dibujos, han quedado huérfanos.

Su muerte ocurrió exactamente 37 años después de aquella mañana de 1986 en la que en el Parque de Berrío se pusiera en pie ‘Torso de mujer’, la primera de las gordas que llegaron a la ciudad.

Cerca de las 8:00 de la mañana ya la noticia se confirmaba en todo el mundo. Solo que no había llegado a la Plaza de Botero: o las rejas y la policía que encierran la plaza no la dejaron entrar o las redes sociales van más rápido que el tráfico en la Calle Bolívar.

El alcalde ya había declarado 7 días de luto, pero los turistas seguían posando para las fotos con ponchos y sombreros, los niños de colegio corrían detrás de su profesora haciendo mamarrachos en el cuaderno, las señoras saltaban a tocarle el pene al ‘Hombre a caballo’, las muchachas picaban el ojo, los mendigos dormían plácidamente y la promoción de tres pares de medias por cinco mil seguía sonando por los megáfonos. El sol, furioso, quería echarlos a todos, o derretirlos.

Adentro, en el tercer piso del Museo de Antioquia —el espacio que Botero hizo levantar a finales de los 90 a cambio de la donación de decenas de sus obras— María del Rosario Escobar, la directora, atendía a los periodistas con ‘Pedrito a caballo’ de fondo:

“El maestro estaba enfermo, éramos conscientes de que el tiempo de una noticia como estas se acercaba. Pero una institución como la nuestra no termina de prepararse para un momento así porque el maestro ha sido un pilar para nosotros, un padre, un buen amigo, un confidente, el mejor aliado. Lo que sigue para nosotros es una orfandad y aprender a gestionar este museo sin él”, dijo, conmovida.

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Botero, afirmó Escobar, estuvo al tanto de lo que ocurría en su museo, en su ciudad y en su país hasta el último de sus días. Él mismo llamó a dar la noticia de la muerte de Sophia Vari, su musa, su amor, en mayo de este año. La última vez que visitó el Museo fue en 2016. Ese día se paró en el mismo lugar que escogió la funcionaria para confirmar la noticia este viernes, pero lo hizo mirando de frente a Pedro, el hijo que murió a los cuatro años, en 1974 en un accidente de carro en España.

Botero, que también iba en el vehículo, quedó herido de una mano y no pudo trabajar en dos meses. Cuando lo hizo de nuevo pintó a su hijo en un caballo y a él en una casa sola. “Se quedó mirando el cuadro como quien mira una tumba”, cuenta Escobar, que anunció que la entrada al museo sería gratis durante todo el día.

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Botero también se retrató de rodillas ante la virgen en ‘Exvoto’ (una de las primeras obras que le donó al entonces Museo Zea en 1974) para que le hiciera el milagro de ganarse la Segunda Bienal de Coltejer en 1970, que finalmente perdió. También se pintó en lo más hondo del infierno, rogándole a satanás en ‘Las puertas del infierno’, un fresco que pintó en 1993 para la iglesia de La Misericordia en Pietrasanta. También pintó, para el mismo templo, ‘Las puertas del paraíso’, pero ahí no aparecieron sus ojos rotundos ni su candado gris.

“Pero yo estoy segura de que se fue para el cielo”, dijo Escobar, que en su última visita lo llevó a tomarse un aguardiente al Málaga.

Botero, dicen quienes lo conocieron, era tan paisa que trabajó hasta que se murió.

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Ya al mediodía, la noticia había llegado a Medellín, pero se difundía en la Plaza con algo de duda. Nadie decía “se murió Botero”. En cambio, preguntaban “¿verdad que se murió Botero?”.

“Hoy se fue el último de los grandes que demostraron que Medellín era más que narcotráfico. Debe estar con Vieco, con Pedro Nel, con León de Greiff y con Lucho Bermúdez en el verdadero Salsipuedes”, decía, casi gritando de la emoción, uno de los vendedores de réplicas, imanes y llaveros del maestro.

La música de sepelio fue la confirmación de la orfandad del lugar: un grupo de 10 jóvenes de la Escuela de Música del barrio Boston llegaron vestidos de negro a tocar ‘Yesterday’, de Jhon Lennon. Luego, tocaron ‘El día que me quieras’, de Gardel, pero esa nadie la escuchó porque en esas llegó el alcalde Daniel Quintero, acompañado de un par de secretarios de despacho, de una silletera y de un grupo de niños de algún jardín de Buen Comienzo. Llegó con bastantes flores, cientos, miles, de crisantemos amarillos y blancos.

“Hoy nos reunimos para rendirle un homenaje a la vida de uno de los hijos más grandes de esta tierra antioqueña. Un hombre cuya grandeza se asemeja a la de nuestras montañas, Fernando Botero”, arrancó Quintero, que leyó un discurso de cinco minutos.

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Luego, se quedó de pie unos minutos en silencio, con las flores en la mano. Se acercó, acompañado de los niños y de la silletera y le dejó el ramo a la escultura ‘Cabeza’. Después se perdió adentro del museo. Fue todo el homenaje a un hombre que nunca hizo nada pequeño. La Gobernación también decretó 5 días de luto en Antioquia, así de grande era Fernando Botero.

Al final de las escaleras de la entrada al museo pusieron a un Botero de cartón, en escala real, bien vestido y bien peinado, como organizado como para un velorio. Los turistas, los niños de colegio, la profesora, las señoras, las muchachas, todos pusieron flores. Llegó un camión y empezó a armar una carpa. Anunciaron horario extendido toda la semana. Pusieron un cuaderno para que la gente escribiera. Un tablero de corcho también. Todos escribieron lo mismo: “Muchas gracias, maestro”.

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