La perspectiva de Palacios es diametralmente opuesta a la de quienes denuncian con frecuencia ese flagelo que tiene carcomida a Colombia, pero lo sitúan en las esferas institucionales, gubernamentales, de la política y del empresariado, únicamente.

Además de los que se cuelan, asegura en su columna, también son corruptos los que han “acomodado su declaración de renta para pagar menos impuestos” y los que han “pedido a los profesores de sus hijos que les suban la nota”, todos ellos seguidos de “un largo etcétera” de comportamientos “disfrazados como viveza, pragmatismo o recursividad”, pero que “tienen todo que ver con la corrupción contra la que votamos el domingo”.

Ella misma reconoce al inicio de su escrito lo que hizo cuando estaba en noveno grado: “Al presentar un examen de sociales, para el que había estudiado a conciencia, olvidé un dato para responder una pregunta. Como quería sacar 10, abrí con sigilo la tapa de mi pupitre y obtuve el dato que me hacía falta. El profesor me descubrió. Sentí tanta vergüenza que no paré de llorar el resto del día. Desde entonces me dejó de importar el 10 per se, y muchos años después recogí esa y otras vivencias en una frase que suelo repetir: ‘por construir, no por competir; por evolucionar, no por agradar’”.

El artículo continúa abajo

Por todo lo anterior, piensa que cada ciudadano debe hacer una consulta anticorrupción a su conciencia, “pues da grima ver que algunos creen que lo de la corrupción es un asunto ajeno”.

Y considera que si bien la lucha se debe dar en el Congreso, es indispensable aplicar la recomendación de un estudio del Externado según el cual para combatir la corrupción es fundamental intervenir el entorno sociocultural desde la primera infancia, “para que en el desarrollo de valores se resalte la importancia de los procesos como de los resultados; se insista en la superación del egocentrismo, el control de impulsos y emociones, el respeto a los derechos de los demás y a los bienes colectivos y públicos”.

El planteamiento de Palacios contrasta con el de, por ejemplo, Luis Carlos Reyes, que en una columna de El Espectador, como muchos, sitúa el problema de la corrupción en el plano macro y en esferas superiores de la sociedad. “Los colombianos tenemos claro que muchos de quienes administran el dinero de la nación nos están robando”, escribe, y dimensiona el problema en términos de billones y millones de pesos.

Con la idea de Palacios de que la corrupción está en las conductas cotidianas de las personas comunes y corrientes también contrastan otras posturas, igualmente válidas, como la de Yolanda Ruiz, que en su columna de El Espectador comenta los resultados de la consulta anticorrupción y dice que por ser urgente fijar metas de país que convoquen, prefiere creer que “batallar contra los corruptos es una de las [metas] que pueden movilizar a todos los sectores”.

“Prefiero pensar que por encima de los intereses politiqueros puede existir política de la buena para tramitar diferencias sin odio y pensando primero en lo mejor para el país”, escribe Reyes, y refleja una vez más la idea generalizada de que la corrupción está en las alturas.