Por: EL PILON SA

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Este artículo fue curado por pulzo   Sep 11, 2025 - 6:07 am
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La discusión en torno a la posibilidad de modificar el nombre de la urbanización “Nando Marín”, que honra al recordado compositor Hernando Marín, debido a los problemáticos niveles de violencia y microtráfico en el sector, pone sobre la mesa un debate complejo. Aunque la intención podría ser la de despegar la memoria del artista de los hechos negativos del barrio, la evidencia indica que un nuevo nombre no resolverá, por sí solo, los desafíos de fondo que enfrenta la comunidad. Así lo advierte el periodista Ricardo Reyes en un análisis para El Pilón, donde plantea que el reemplazo del nombre es, en esencia, una medida superficial frente a los problemas sistémicos que aquejan a la zona.

Este dilema es reflejo de una tendencia global: en ciudades de todo el mundo, la tentación de cambiar etiquetas, monumentos o denominaciones suele confundirse con una intervención real sobre las causas de la delincuencia, la pobreza y la desigualdad. De acuerdo con el Instituto de Estudios Urbanos de la Universidad Nacional de Colombia, el estigma que pesa sobre ciertas áreas no es fortuito, sino un síntoma de la ausencia de estrategias integrales para superar la marginación, la inseguridad y las brechas sociales. Tal como señalan los expertos, allí donde la respuesta de las autoridades es débil y las comunidades carecen de cohesión interna, la violencia se instala y se perpetúa.

Hernando Marín, en su icónica canción “La Ley del Embudo”, cantaba sobre la desatención estatal: “Allá donde no llega el gobierno, allá es donde nace mi triste canción”. Esa realidad sigue vigente. Según reportes del Observatorio de Seguridad Ciudadana y Justicia de Valledupar, la falta de presencia institucional se traduce directamente en mayores indicadores de criminalidad. Los datos muestran una relación constante entre el abandono oficial y el florecimiento de estructuras del microtráfico y otros delitos.

Diversos estudios y experiencias exitosas subrayan la importancia de bucles virtuosos que combinen intervenciones policiales efectivas, prevención social y desarrollo comunitario. Ejemplo de esto son las estrategias de la Policía Nacional de Colombia, centradas en el trabajo con la comunidad y la inteligencia orientada, logrando desmantelar varias redes de microtráfico y reduciendo delitos de manera significativa. Paralelamente, la colaboración de alcaldías y fundaciones en programas para la juventud, con estímulos a la educación y el aprovechamiento del tiempo libre, ha probado ser esencial para reducir la vulnerabilidad.

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No menos relevante, el empleo formal constituye una defensa contra la criminalidad, según lo documenta el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE). Cuando existen oportunidades de trabajo, disminuye el arraigo de jóvenes a estructuras ilegales y se transforma la proyección social del entorno. Casos documentados en ciudades como Medellín ratifican que invertir en la recuperación de espacios públicos, cultura y deporte puede convertir zonas antes estigmatizadas en lugares de cohesión y orgullo.

Por lo tanto, la decisión de rebautizar la unidad residencial “Nando Marín” solo tendría sentido si se acompaña de medidas estructurales que garanticen seguridad, formación educativa, acceso al empleo y apropiación cultural del espacio público. Honrar la memoria de Hernando Marín implica también enfrentar con responsabilidad y acciones coordinadas las causas profundas que alimentan la violencia en su nombre, demostrando que la esperanza y el compromiso social pueden superar el peso del estigma y la resignación comunitaria.

¿Por qué el microtráfico afecta especialmente a ciertos barrios?

El microtráfico, definido como la venta y distribución a pequeña escala de sustancias ilegales, ha impactado con particular intensidad en barrios donde la fragilidad institucional y la marginación social son pronunciadas. Según el Observatorio de Seguridad Ciudadana y Justicia de Valledupar, la carencia de programas de prevención, vigilancia insuficiente y oportunidades limitadas contribuyen a que estas comunidades sean terreno fértil para la consolidación de redes de microtráfico, generando círculos viciosos de violencia y exclusión.

Adicionalmente, la percepción de abandono por parte del Estado refuerza el sentimiento de impotencia e inseguridad entre los habitantes. Estas condiciones dificultan el surgimiento de alternativas de vida, en especial para los jóvenes, quienes, ante la falta de opciones legítimas, pueden verse tentados a integrarse en economías ilegales como mecanismo de subsistencia o pertenencia.

¿Cómo se puede fortalecer el “tejido social” en contextos afectados por violencia?

El “tejido social” alude a los lazos de confianza, solidaridad y participación que unen a los miembros de una comunidad. Informes del Instituto de Estudios Urbanos de la Universidad Nacional de Colombia destacan que el fortalecimiento de estos vínculos es clave para resistir y reducir la criminalidad, a través de iniciativas que promuevan la integración barrial, actividades culturales y procesos de liderazgo colectivo.

Experiencias recogidas en estudios locales y nacionales demuestran que, cuando se fomenta la participación ciudadana y el sentido de pertenencia, la comunidad logra apropiarse positivamente del espacio público, vigilar colaborativamente su entorno y establecer redes de apoyo mutuo. Estas acciones resultan decisivas para prevenir el reclutamiento por organizaciones criminales y recuperar la identidad y el orgullo del barrio.


* Este artículo fue curado con apoyo de inteligencia artificial.

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