Le encontré todos los recovecos a la bolsa de Nueva York. Desde el 25 de marzo del año 2000 no me he perdido nunca la apertura y el cierre, solo 3 días que estuve en el hospital no pude estar pendiente”, asegura Luis Emiro Gómez Montes, sastre de oficio, antioqueño de nacimiento, buenavisteño de adopción y crianza y ciudadano norteamericano.

Tiene 88 años, usa auriculares, se expresa con fuerza y claridad, maneja con destreza el computador, habla con pasión de Wall Street y siempre está muy bien trajeado.

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Después de irse en busca del sueño americano y permanecer en el país del norte por 55 años, retornó a la tierra que lo acogió desde 1934, cuando llegó en brazos de sus padres, un par de campesinos que cruzaron la cordillera con la ilusión de buscar desde el ‘Mirador del Quindío’ nuevas oportunidades. Ya en suelo quindiano los sacudió el Bogotazo. Esa violencia desatada a partir de 1948 lo dejó sin escuela, sin las enseñanzas del cura Palacio, párroco del pueblo, y de su profesor a quien recuerda como un auténtico revolucionario. 

Luis Emiro solo pudo estudiar hasta primero de bachillerato, pero esos pocos años en las aulas le despertaron la pasión por las matemáticas, que hoy aplica con destreza para mantener actualizado el sube y baja de la bolsa de valores y poder hacer proyecciones sobre inversiones y posibles ganancias.

Ya sin estudio, los padres del entonces adolescente Luis Emiro, conservadores de filiación política, le aconsejaron, especialmente su madre, que se fuera a trabajar con su hermano mayor en la tienda y la sastrería que tenía en el entonces llamado corregimiento El Tolrá.

Duró poco ganándose los centavos al lado de su hermano Alonso; Luis Emiro tenía ambiciones y sueños que, junto a su heredada alma de negociante y aventurero, lo motivaron a mudarse para Armenia, asegura que fue parte de los primeros moradores del barrio La Clarita. En la capital quindiana se enamoró, hizo vida en pareja y tuvo un hijo de sangre, que educó y sacó adelante junto a los cinco hijos que tenía la mujer que lo flechó y que lo acompañó en una expedición a Estados Unidos que tuvo una parada previa en Bogotá.

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Aunque tenía como meta viajar a Alemania en busca de un tratamiento para su hijo, que había nacido sin el ojo izquierdo, un conocido se le atravesó en el camino a Luis Emiro cuando salió de la embajada teutona en la capital de la República y le hizo cambiar los planes. A los 33 años cruzó el Atlántico y aterrizó, una fría tarde del 23 diciembre de 1967, en Nueva York. Como lo que mejor sabía hacer era coser, entonces buscó trabajo en una sastrería. Estados Unidos, el país de las oportunidades le dio una al inquieto buenavisteño para que se ganara la vida haciendo remiendos.

Luis Emiro quería más, sentía que lo suyo era ser sastre y que remendando trajes estaba siendo subvalorado. El orgullo no lo ha perdido, tampoco su amor por Colombia, dice que decidió no aprender a hablar inglés y a sus hijos y nietos les puso como condición para poderse comunicar con ellos que solo le hablen en español. Su esposa ya falleció, fue su socia, paño de lágrimas y confidente; con ella, luego de trabajar como sastre en el negocio de un puertorriqueño, fundó su propia sastrería. Antes de tener su propio negocio en Miami, y darles empleo a seis personas, trabajó y vivió en Chicago. 

En 1976 Luis Emiro llegó a Miami. En ‘La Tierra del Sol’ tuvo sus mejores amaneceres. Después de largas jornadas de trabajo, reunió un capital y así pudo fundar en 1985 su propia sastrería, en la que confeccionaba trajes a la medida que luego vendía hasta por USD $ 1.500.

“Yo no me dediqué a conseguir plata”, repunta Luis Emiro cuando se le pregunta cómo le fue en Estados Unidos. En 2015 cerró la sastrería y les regaló las máquinas y los materiales a los operarios, empacó y se vino para Colombia. Luego de 30 años de trabajar codo a codo con su esposa, colgó la aguja, no encontraba rentable llenar la caja registradora durante dos meses del año para poder subsistir el resto de la temporada.

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Desde el 2000 se entusiasmó con los negocios de la bolsa, enviudó dos años después. Se dedicó a estudiar, de forma empírica lo que pasaba en la calle de negocios de Nueva York; invirtió, tomaba apuntes todos los días, se entregó por completo a este negocio porque afirma que “allí es donde está la plata, es el negocio más seguro, no hay posibilidades de perder”.

Lleva consigo documentos con proyecciones, recomienda invertir en Amazon, AMD, Apple e IBM. Sabe los precios de las acciones, las opciones de invertir y las posibles utilidades, asegura tener los secretos para garantizar éxito financiero y maneja con destreza su portátil, a través del cual tiene acceso directo a lo que pasa entre la calle Broadway y South Street.