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Desde Washington D.C., el alcalde de Bogotá, Carlos Fernando Galán, oficializó la adquisición de un financiamiento clave para uno de los proyectos de infraestructura más ambiciosos de la ciudad: la culminación de la segunda fase de la Primera Línea del Metro de Bogotá. El respaldo económico, superior a 1.480 millones de dólares (cerca de 5.7 billones de pesos), fue otorgado por el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), con desembolso proyectado antes de enero de 2026. Junto con este anuncio, también se confirmó la obtención de un crédito adicional de 50 millones de dólares del BID para la segunda línea, permitiendo consolidar fondos dirigidos no solo al sistema ferroviario, sino además a la modernización de la Calle 13 y a la adquisición de una nueva flota de vehículos eléctricos que reforzarán la movilidad sostenible en la ciudad (Artículo original).
La planificación establece que la Primera Línea del Metro, cuya operación comercial está prevista para el 14 de marzo de 2028, avance de forma sostenida. Se espera alcanzar un 70 % de avance en construcción para finales de 2025, periodo en el cual se contemplan la llegada progresiva de trenes y la realización de varias pruebas técnicas. El cronograma prevé cerca de dos años destinados exclusivamente a obras de infraestructura y seis meses para ensayos operativos, dada la alta complejidad y la necesidad de una coordinación técnica precisa. Según lo proyectado, para mayo de 2026 ya estarían listas las primeras cuatro estaciones y aproximados 5.760 metros de viaducto, permitiendo las primeras maniobras de trenes fuera del parqueadero (Artículo original).
Este extenso proyecto representa mucho más que la ampliación del transporte público. La primera línea unirá el sur con el centro de la ciudad, mientras que la segunda línea —casi en su totalidad subterránea, con once estaciones— articulará el norte occidente, conectando Suba y Engativá con localidades como Chapinero y Barrios Unidos, hasta llegar al centro. La opción de infraestructura soterrada implica mayores retos técnicos y financieros, pero, como señala un estudio del Banco Mundial sobre sistemas de metro en ciudades emergentes, genera menor impacto sobre el entorno urbano y la comunidad, lo que potencia su aceptación social a largo plazo (Banco Mundial, 2023).
A esto se suman criterios de sostenibilidad ambiental promovidos por el BID, que resalta la importancia de la integración de tecnologías limpias, como la electromovilidad, a través de la incorporación de una flota eléctrica en el sistema. Esta decisión fortalece el alcance ambiental del plan y refuerza el compromiso con una ciudad menos contaminada (BID, 2024).




No obstante, el proceso no está exento de desafíos. Diversos reportes de El Espectador y medios especializados enfatizan la necesidad de mejorar la supervisión y los protocolos de seguridad laboral en la obra, advirtiendo que retrasos o accidentes durante la construcción podrían poner en riesgo la puesta en marcha puntual del metro (Artículo original). Esta situación evidencia una problemática presente en proyectos similares de la región, donde la transparencia y la vigilancia contractual determinan el éxito o fracaso de los megaproyectos de transporte, como lo ha documentado la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en análisis recientes (CEPAL, Informe Transporte Urbano 2025).
El respaldo financiero internacional revitaliza la autonomía del gobierno distrital para responder al déficit de movilidad urbana, un problema que, según datos recientes del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), afecta a millones de habitantes de Bogotá, quienes enfrentan desplazamientos diarios que superan las dos horas. La colaboración del Gobierno Nacional y los organismos multilaterales perfila un modelo de asociación público-privada que refuerza la viabilidad y la sostenibilidad social del proyecto (DANE, Encuesta Movilidad 2024).
En definitiva, la inyección de capital y la articulación interinstitucional reflejan un paso trascendental en la transformación del transporte bogotano, con un potencial impacto positivo en la calidad de vida urbana, la eficiencia en los tiempos de viaje y la reducción de la huella ambiental. Sin embargo, solo una gestión rigurosa y la vigilancia permanente podrán asegurar el cumplimiento efectivo de los objetivos planteados y responder a las expectativas de una ciudad en constante crecimiento.
¿Qué significa el término electromovilidad? La electromovilidad se refiere al uso de vehículos eléctricos, particularmente en contextos de transporte público. En el caso de Bogotá, el proyecto Metro incorpora una flota eléctrica, alineada con las recomendaciones del Banco Interamericano de Desarrollo, que busca reducir emisiones contaminantes y promover una movilidad compatible con los retos ambientales actuales. Esta estrategia implica enormes ventajas para la sostenibilidad urbana, aunque demanda una inversión tecnológica y de infraestructura importante para adaptar redes y sistemas de abastecimiento de energía.
¿Por qué las obras subterráneas presentan más retos que las de superficie? La construcción de líneas de metro subterráneas, como la segunda línea del Metro de Bogotá, introduce complejidades técnicas y económicas superiores a las de superficie. Los retos incluyen la excavación en áreas densamente pobladas, el manejo seguro de estructuras subterráneas y el incremento en los costos asociados a maquinaria y seguridad. De acuerdo con análisis del Banco Mundial, el beneficio radica en un menor impacto visual y social y en la preservación del entorno urbano, aunque exige mayor detalle en la planeación y ejecución de las obras, además de rigurosos protocolos de supervisión para evitar demoras y sobrecostos.
* Este artículo fue curado con apoyo de inteligencia artificial.
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