El reciente ataque con artefactos explosivos en la vía entre El Valle (Toledo) y San Andrés de Cuerquia, Norte de Antioquia, que acabó con la vida del sargento segundo César Leonardo Pardo Rojas, evidencia el aumento de la violencia ligada a las disidencias de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). Pardo Rojas, especialista en desactivación de explosivos, falleció mientras revisaba una zona bajo amenazas recientes, hecho que revela no solo el alto riesgo que enfrentan las fuerzas militares en la región, sino la complejidad operativa necesaria en su función de protección civil. Esta muerte sigue al asesinato del soldado Esneider Alejandro Pineda Solarte, ocurrido semanas antes en el mismo corredor vial y atribuido, según versiones oficiales y medios locales, a Neider Yesid Uñates López, conocido como alias Primo Gay, reconocido miembro del frente 36 de las disidencias de las FARC. Tal patrón de violencia prolongada incrementa la preocupación entre la población y las autoridades, especialmente cuando se apunta a responsables ya identificados.
En respuesta al atentado, la institucionalidad reaccionó rápidamente, encabezada por el gobernador de Antioquia, Andrés Julián Rendón, quien anunció una recompensa de 100 millones de pesos a quienes provean información sobre alias Primo Gay. Desde la Cuarta Brigada del Ejército se condenó formalmente el ataque, destacando que la activación de este tipo de artefactos constituye una violación de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario. Adicionalmente, se prometió intensificar los operativos militares para resguardar a los habitantes de la región y dar con el paradero de los responsables directos del atentado.
Este hecho es indicativo de un problema estructural más amplio que vive Colombia en zonas rurales donde la desmovilización parcial de grupos armados dio paso a nuevas redes de violencia y economías ilegales. Un informe de la Fundación Ideas para la Paz (FIP) apunta a que las disidencias mantienen prácticas de intimidación y control sobre el territorio, dificultando tanto la consolidación institucional como las condiciones de vida de las comunidades. La persistente presencia y reorganización de estos grupos es una fuente de preocupación constante, ya que emplean armamento sofisticado y desarrollan artefactos explosivos improvisados, complejizando el escenario de seguridad.
Para la población local, esto representa una doble victimización: por un lado, la amenaza física permanente, y por otro, el riesgo de desplazamientos forzados y restricciones en el acceso a derechos y servicios básicos, temas ya denunciados por Human Rights Watch. Los expertos en seguridad y desarrollo rural enfatizan que la mera respuesta militar no es suficiente. Se requiere de un enfoque más amplio que incluya programas sociales, prevención del reclutamiento forzado y reparación para las poblaciones afectadas, evitando con ello la exacerbación de la crisis actual.




Este episodio resalta la importancia de un periodismo cuidadoso y responsable, capaz de integrar fuentes oficiales, académicas y comunitarias para ofrecer un panorama más completo acerca de los orígenes y consecuencias de la violencia. Más allá de la cobertura del hecho puntual, es imprescindible analizar factores estructurales como la persistencia de economías ilícitas y la debilidad institucional, así como seguir el desarrollo de las investigaciones judiciales. Solo así se podrá visibilizar el sufrimiento de las víctimas e identificar respuestas integrales para enfrentar la crisis de seguridad en regiones rurales afectadas por grupos armados ilegales.
¿Cuál es el impacto para las comunidades cuando ocurren este tipo de atentados? Las comunidades afectadas enfrentan efectos inmediatos, como el temor a nuevos ataques y el impedimento para movilizarse libremente, lo que obstaculiza sus actividades diarias y el acceso a la educación y la salud. A largo plazo, la reproducción de estos hechos puede generar desplazamientos forzados hacia otras zonas y la ruptura de estructuras familiares y sociales, incrementando la vulnerabilidad de quienes sobreviven en territorios en disputa.
Además, la presencia constante del conflicto deteriora la confianza en las instituciones estatales y puede propiciar condiciones para el surgimiento de nuevos actores armados o el fortalecimiento de las economías ilegales. Según el análisis de Human Rights Watch y la FIP, esta situación limita las posibilidades de desarrollo y profundiza la dependencia de la población respecto a actores armados, perpetuando el ciclo de violencia.
¿Qué significa "Derecho Internacional Humanitario" y por qué es relevante en este contexto? El Derecho Internacional Humanitario (DIH) es el conjunto de normas que buscan limitar los efectos de los conflictos armados, protegiendo a personas que no participan directamente en las hostilidades y restringiendo los métodos y medios de combate. En el contexto del norte de Antioquia, las declaraciones de la Cuarta Brigada del Ejército adquieren relevancia porque la activación de explosivos en zonas habitadas y el ataque a personal de protección civil constituyen infracciones graves al DIH.
El respeto de estas normas es fundamental para salvaguardar los derechos y la integridad de la población civil, así como para ofrecer un marco legal que permita juzgar a los responsables de actos catalogados como crímenes de guerra. El cumplimiento del DIH constituye, por lo tanto, un elemento central para avanzar hacia una solución del conflicto en zonas rurales marcadas por la persistencia de grupos armados ilegales.
* Este artículo fue curado con apoyo de inteligencia artificial.
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