La primera ministra británica, Liz Truss, dimitió este jueves, después de permanecer apenas 44 días en el cargo, y pese a que su portavoz anunciara en las últimas horas que la alta funcionaria del Reino Unido no tenía prevista hacerlo.

“Reconozco que, dada la situación, no puedo cumplir el mandato para el que fui elegida por el Partido Conservador. He hablado con su majestad el rey para decirle que renuncio como líder del Partido Conservador”, dijo en un breve mensaje a las puertas de su residencia en el 10 de Downing Street.

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Truss explicó que en la mañana de este jueves se reunió con el presidente del Comité 1922 —que agrupa a los diputados “tories” sin cartera—, Graham Brady, y ambos convinieron en que la elección interna para nombrar a un sucesor se celebre “la semana próxima”.

Hasta entonces, la primera ministra continuará en funciones, según dijo.

Truss abrió su declaración con una referencia al “momento de gran inestabilidad económica e internacional” en la que llegó al cargo, que asumió el pasado 6 de septiembre tras vencer en unas primarias de su partido.

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“Hemos ofrecido resultados en las facturas energéticas y rebajando la cotización social. Hemos planteado una visión para economía de baja fiscalidad y alto crecimiento que aprovecharía las libertades del Brexit”, consideró Truss, antes de reconocer que en la actual situación no podrá cumplir sus objetivos.

En las últimas horas, el número de diputados conservadores que pedían su dimisión se había disparado, lo que hacía prácticamente insostenible su continuidad al frente del Ejecutivo.

Truss se hallaba en la cuerda floja desde que. el pasado 23 de septiembre, la presentación de su plan fiscal, con una masiva bajada de impuestos, había sembrado el caos en los mercados y despertado la desconfianza en la economía británica.

La “dama de hierro” que se fundió en seis semanas

Truss tomó las riendas del Reino Unido con la idea de proporcionar una sacudida neoliberal al país y resucitar el espíritu de Margaret Thatcher, pero seis semanas de errores de cálculo y torpeza política han servido para fundir a quien aspiraba a convertirse en una nueva “dama de hierro”.

Con su dimisión hoy culmina uno de los períodos más excepcionales y convulsos de la historia reciente británica, que acaba con el mandato más breve de un primer ministro en Downing Street. El pasado 6 de septiembre, con una visita a la reina Isabel II en su castillo de Balmoral, Truss iniciaba su mandato. No podía ser un buen augurio que la monarca muriese solo dos días después de recibir a la líder “tory”.

La ex primera ministra alcanzó el cargo, aupada en las primarias por las bases conservadoras, que apreciaron su discurso desacomplejado y su propósito de dar un giro a la derecha en el rumbo del país. Pese a ello, a nadie se la escapó que en las votaciones previas entre los propios diputados “tories” ella nunca había encabezado las preferencias y solo pasó a disputarse el liderazgo con el exministro de Economía Rishi Sunak por apenas ocho votos.

Sin la legitimidad con la que contaba Johnson gracias a su aplastante victoria en 2019 ni un gran respaldo en sus propias filas, Truss aterrizó en Downing Street con pies de barro. Eso no obstó para que el 23 de septiembre su entonces ministro de Economía, Kwasi Kwarteng, presentase la mayor bajada de impuestos en medio siglo, sin más plan para financiarla que endeudar al país; los mercados respondieron disparando la prima de la deuda soberana y hundiendo la libra.

Ese día fue el principio del fin para Truss. A partir de entonces solo pudo dedicarse a destituir a Kwarteng y enmendar una por una todas sus medidas, hasta llegar a la humillación final de ver al nuevo ministro de Economía, Jemery Hunt, desmontar este lunes por completo ante el Parlamento un plan lleno de “errores”.

Su rictus inexpresivo aquel día, en la bancada detrás de Hunt, le valió comparaciones en la despiadada prensa británica con un “espectro” que seguía en el cargo, pero vacío de poder. Sus últimos movimientos a la desesperada, como aparecer en la BBC para hacer acto de contrición y pedir perdón, no sirvieron para nada más que para dilatar un destino que ya estaba escrito.