Goodall no sufría una enfermedad terminal, pero aseguraba que su calidad de vida se había deteriorado significativamente en los últimos años y por ello quería morir.
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“Ya no quiero vivir más”, dijo Goodall a una audiencia de decenas de periodistas y equipos televisivos abarrotados en una pequeña habitación de un hotel situado en Basilea (norte de Suiza).
“Me siento feliz de tener la posibilidad de terminar con esto, y aprecio la ayuda de la profesión médica de aquí que lo hace posible”, añadió.
El hombre quería morir mientras escuchaba ‘Oda a la alegría’, el último movimiento de la ‘Novena sinfonía’ de Beethoven, en compañía de su nieto Daniel.
Goodall abrió, él mismo, la válvula que permitió al barbitúrico letal fluir por su torrente sanguíneo.
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