Quien puso en vigencia el tema del suicidio asistido y del derecho de un anciano de escoger cómo y cuándo quiere partir de este mundo fue el científico australiano David Goodall, que por estos días ha sido noticia mundial.

En el procedimiento que acabaría con la vida del hombre centenario el jueves en la noche, un profesional le instala la aguja para la inyección en al brazo de la persona, pero es el paciente quien debe abrir la válvula para que el eficaz barbitúrico se mezcle con la solución salina y empiece a fluir por sus venas.

Muchas de las fundaciones que ayudan a personas a morir piden al paciente tomar sodio fentobarbital, un sedante muy eficaz que en fuertes dosis suficientes detiene el funcionamiento del corazón.

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Pero como la sustancia es alcalina y arde cuando se ingiere, la institución Eternal Spirit, que ayuda a Goodall, optó por la vía intravenosa.

Goodall dijo que no tiene ninguna duda, aunque el hospital y la institución que asiste a Goodall en este proceso dicen que si el paciente se arrepiente a último minuto de hacerse el procedimiento, también se le respeta su decisión.

El científico australiano no tiene una enfermedad terminal, pero dice que su calidad de vida se ha deteriorado significativamente en los últimos años y quiere morir.

“Ya no quiero vivir más”, dijo a una audiencia de decenas de periodistas y equipos televisivos abarrotados en una pequeña habitación de un hotel situado en Basilea (norte de Suiza).

“Me siento feliz de tener la posibilidad mañana de terminar con esto, y aprecio la ayuda de la profesión médica de aquí que lo hace posible”, añadió.

“Esta noche el comité director de la fundación estudiará los documentos y considerará el deseo de morir de David Goodall”, afirmó en un mail la directora de Eternal Spirit, Erika Preisig, y añadió que la respuesta será “probablemente” sí.