Alexandre Saboia cerró su restaurante en Sao Paulo para abrir otro en los suburbios de Lisboa. Como él hay empresarios, trabajadores poco calificados, estudiantes u homosexuales acosados; todos brasileños que desembarcan en masa en Portugal, país convertido en un refugio para ellos.

Esta ola de inmigración, que Portugal no había visto desde principios de los años 2000, comenzó en 2015 con la crisis económica en Brasil, pero se acentuó con la llegada al poder del presidente de ultraderecha Jair Bolsonaro, este año.

Los brasileños forman la primera comunidad extranjera en Portugal, con un poco más de 100.000 personas en situación irregular en 2018, un récord histórico alcanzado tras un alza de 23,4% en un año, según la policía de fronteras (SEF).

En Sao Paulo, “la inseguridad era cada día peor”, dijo Saboia a la AFP. “Dudamos entre Miami y Lisboa. Finalmente elegimos Portugal por la seguridad y el idioma”, explica. Ahora, “ni me planteo volver a Brasil”, dice antes de agregar, tras unos segundos de reflexión: “¡Salvo que haya una emergencia, por supuesto!”

Saboia tuvo que vender todo para viajar a Portugal. Más afortunados que él, 740 inversores brasileños y sus familias obtuvieron permisos de residencia gracias al sistema de “visado dorado” creado a fines de 2012 por el gobierno portugués.

Detrás de los chinos, los brasileños representan el segundo contingente beneficiado con estas “autorizaciones de residencia para inversión” otorgadas en contrapartida, por ejemplo, de una inversión de por lo menos 500.000 euros (unos 560.000 dólares) por una compra inmobiliaria.

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Meg Macedo, una brasileña de 33 años, lesbiana, llegó a Lisboa para continuar con sus estudios de teatro en un país “abierto y progresista”. “Vivir en el miedo a raíz de lo que eres se había vuelto complicado”, afirma.

Las declaraciones incendiarias del nuevo presidente brasileño “legitimaron los actos homófobos”, explica su compatriota Debora Ribeiro, linguista radicada en Oporto, que fundó la red Queer Tropical para ayudar a instalarse en Portugal a los homosexuales que han partido de Brasil.

Los estudiantes brasileños también desembarcan en las universidades portuguesas. Su número pasó de un poco más de 11.000 en 2017 a unos 18.000 el años pasado. Son atraídos por un país “culturalmente cercano” y “conocido por su calidad de vida y su seguridad”, dijo a la AFP el secretario de Estado para la Enseñanza Superior, Joao Sobrinho Teixeira.

Más aún, la situación en Gran Bretaña, a raíz de las “incertidumbres sobre el Brexit”, y en Estados Unidos, que endureció los criterios de ingreso de latinoamericanos, “aleja a muchos estudiantes que tradicionalmente iban a esos países” y optan por Portugal, agrega el sociólogo Pedro Gois, de la Universidad de Coimbra.

Pero la realidad supera ampliamente las cifras oficiales, asegura Gois. Habría cerca de 300.000 brasileños viviendo actualmente en Portugal, según estimaciones, que incluyen a aquellos que escapan al control de las autoridades y aquellos que se naturalizaron.