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Este artículo fue curado por pulzo   Oct 25, 2025 - 9:55 pm
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Dos árboles de magnolia memorables, el jardín de Jackie Kennedy, la oficina de las primeras damas y la puerta de ingreso de dignatarios que protagonizaron encuentros históricos, todos devastados. La demolición del ala este de la Casa Blanca se ha convertido en una metáfora de la forma en que Donald Trump ha arrasado con las normas, las instituciones y hasta con el orden mundial en su segundo mandato. Este es el relato de contradicciones detrás de la polémica modificación.

Se suponía que sería una reforma menor en un área concreta. Pero las imágenes de satélite publicadas el 23 de octubre demostraron que las aplanadoras y la bola de demolición de Donald Trump se han llevado por delante más de un siglo de historia en el proceso de abrir espacio para su proyecto de un salón de baile.

Analistas, seguidores y detractores coinciden en que se trata de un esfuerzo por dejar su sello estampado con su material favorito, el concreto armado, una garantía de que la Casa Blanca nunca olvidará su nombre.

“Creo que esta es la mentalidad del desarrollador de construir algo grande que tenga tu nombre y por lo que todos te recuerden. Una Torre Trump”, declaró Jeremi Suri, historiador de la Universidad de Texas, a la agencia Reuters. “Está construyendo una torre para sí mismo. Esta es una torre de salón de baile”.

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Con él coincide Edward Lengel, quien fue director de la Asociación Histórica de la Casa Blanca, para quien el faraónico salón forma parte de una agenda clara y definida.

“Todo el mundo lo va a mirar y va a ver ahora un edificio que eclipsa la mansión ejecutiva, y ese edificio tiene el nombre de un hombre. Creo que eso es intencional”, le dijo Lengel a Reuters.

La secretaria de Prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, confirmó el mismo día que se revelaron las imágenes satelitales que el nuevo espacio tendría un nombre, pero se lo reservó. Un día después, Trump aseguraba a periodistas que no sería el suyo, pero la huella remitirá directamente a su legado.

Un escenario a espaldas de todos

El alcance de la devastación ha avivado la polémica sobre el proyecto, que prevé construir una estructura de 8000 metros cuadrados, con capacidad para albergar 1.000 personas.

Más allá de la palabra de Trump de que “será hermoso”, ni el congreso, ni la comisión gubernamental que por ley federal debe preservar la integridad de los edificios gubernamentales en la capital, ni mucho menos ciudadanos comunes recibieron detalles de ningún tipo sobre el proyecto, que de todos modos ha ido cambiando con el paso de los días.

Cuando Trump lo mencionó por primera vez en julio, como una necesidad ineludible para no tener que celebrar las galas oficiales en carpas, reveló un costo aproximado de 200 millones de dólares. Luego esa cifra pasó a 250 millones y ahora se habla de 300 millones.

El salón será construido con fondos aportados por el propio Trump y “otros patriotas”, como él mismo definió a los donantes.

Algunos nombres de esos benefactores han sido publicados por la Casa Blanca en los últimos días: Amazon, Google, Apple, Caterpillar, Comcast, Hard Rock International, Google, HP, Meta, Microsoft, T-Mobile, Palantir, entre otras empresas de tecnología, contratistas de defensa y grandes corporaciones, además de una larga lista de poderosas familias tradicionales.

Recientemente, y tal vez por temor a repercusiones adversas para los donantes, la Casa Blanca ha anunciado que ofrecerá a los que se sumen la oportunidad de permanecer anónimos.

Leavett salió al paso de las preguntas sobre los beneficios que esos “patriotas” podrían conseguir a cambio de su contribución: “Los mismos críticos que afirman erróneamente que hay conflictos de intereses, se quejarían si los contribuyentes pagaran la factura”.

Y es que aunque el fastuoso desarrollo está financiado con dinero privado, eso no aplaca la incomodidad por el dispendio en tiempos de cierre del gobierno, que ha dejado a cientos de miles de empleados federales sin recibir su salario y varios programas de impacto social congelados.

La extensión de las modificaciones también ha excedido lo que se había anunciado originalmente. Aunque Trump aseguró en un primer momento que “no interferirá con el edificio actual”, el 22 de octubre confirmó que, tras una consulta con los arquitectos, se había decidido que una demolición total era preferible a una parcial.

Historia reducida a escombros

El ala este fue incorporada a la estructura de la Casa Blanca en 1902, pero fue en 1942 que se ejecutó una importante ampliación que le dio sus dimensiones actuales.

Esta área del edificio ha sido el epicentro del protagonismo cada vez mayor de las primeras damas, que de figura decorativa o señoras discretas, pasaron a convertirse en aliadas de sus esposos, con iniciativas que tenían sus despachos en el ala este.

Allí comenzó a celebrar sus famosas reuniones con periodistas, activistas y asociaciones de ciudadanos Eleonor Roosevelt, para hablar de derechos civiles, educación o mejoras sociales.

También allí comenzó a involucrarse en política Rosalynn Carter, un camino que luego siguieron Hillary Clinton, Michelle Obama y Jill Biden, que diseñaron y llevaron adelante en ese espacio sus propias agendas, más allá de reafirmar o prestar su imagen a las de sus compañeros.

Pero el legado desaparecido del ala este también es patrimonial. Las impactantes imágenes que mostraron el paso de las excavadoras dejaron todo un compendio de memoria arrasada.

Al menos seis árboles fueron arrancados de los terrenos circundantes, entre ellos dos magnolias que conmemoraban a los expresidentes Warren G. Harding y Franklin D. Roosevelt.

También quedó bajo los escombros el jardín de Jackie Kennedy, un parque bautizado en su honor en el ala este por la primera dama que la sucedió, Ladybird Johnson, y que Hillary Clinton usó en su tiempo para albergar una exhibición de esculturas.

Varias de las imágenes más emblemáticas de ejecutivos de distinto signo fueron captadas en lo que ahora no es más que tierra arrasada, como la decoración navideña de la Casa Blanca, Barack Obama paseando a su perro Bo o George W. Bush celebrando el cumpleaños de su terrier Miss Beazley.

Todos los artefactos con valor histórico han sido “conservados y almacenados” por la Asociación Histórica de la Casa Blanca, pero el Fondo Nacional para la Preservación Histórica pidió en una carta dirigida a Trump detener las renovaciones, preocupada de que “la masa y la altura de la nueva construcción propuesta eclipsen a la propia Casa Blanca”.

Solo que tal vez ese sea precisamente el propósito: generar brillo suficiente para diluir el resto del paisaje. Después de todo, ya la mismísima Oficina Oval se ha vuelto un reducto de exceso dorado, a la medida de Trump.

Con Reuters, AFP y medios locales

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