“Si bien ningún miembro del servicio estadounidense murió en el ataque iraní del 8 de enero a la base aérea de Al Asad, varios fueron tratados por síntomas de conmoción cerebral debido a la explosión y todavía están siendo evaluados”, dijo en un comunicado el portavoz del Comando Central de la Marina, Bill Urban.

La mañana siguiente a los hechos, el mandatario estadounidense aseguró que “ningún estadounidense resultó herido”. El Ejército estadounidense también informó en su momento que el ataque causó daños materiales significativos pero ninguna víctima.

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En el momento del ataque, la mayoría de los 1.500 soldados estadounidenses en la base habían sido escondidos en búnkers por advertencia de sus superiores al prever el ataque.

Urban agregó que “en los días posteriores al ataque, por precaución, algunos miembros del servicio fueron trasladados desde la base aérea de Al Asad”, especificando que ocho soldados habían sido enviados al Centro Médico Regional Landstuhl en Alemania y tres al Campamento Arifjan, en Kuwait.

Además de la extensa base aérea de Aín al Asad en el oeste de Irak, los misiles de Irán también se dirigieron a una base en Arbil, que albergaba a tropas estadounidenses y extranjeras desplegadas como parte de una coalición liderada por Washington que lucha contra remanentes del grupo yihadista Estado Islámico.

“Cuando se consideren aptos para el servicio, se espera que los miembros del servicio regresen a Irak”, dijo Urban.