El Espectador es el periódico más antiguo del país, fundado el 22 de marzo de 1887 y, bajo la dirección de Fidel Cano, es considerado uno de los periódicos más serios y profesionales por su independencia, credibilidad y objetividad.
La reciente exposición en la galería Recess de Brooklyn reúne la obra de 25 artistas de Gaza ofreciendo una mirada dolorosa y urgente sobre el conflicto persistente en la Franja de Gaza. Bajo ataques israelíes que los propios participantes definen como “genocidio”, estas creaciones buscan más que una expresión cultural; se perfilan como testigos de un sufrimiento colectivo, una denuncia expuesta a través del arte que llega a resonar a escala global. El proyecto representa una apuesta clara por la resistencia artística y el poder testimonial en la construcción de memoria sobre la crisis humanitaria palestina.
La exhibición, parte de una bienal internacional descentralizada, destaca particularmente obras como ‘Gaznica’, un tapiz confeccionado por Firas Thabet “bajo bombardeos incesantes” en Gaza, que reinterpreta la icónica imagen del Guernica de Pablo Picasso. El propio Thabet enfatiza que su pieza busca recordar la advertencia del pintor español, a la vez que sirve como testimonio del alcance social y político del arte en tiempos de guerra. Tal intertextualidad demuestra cómo el arte contemporáneo dialoga con la historia para denunciar la perpetuidad del sufrimiento humano asociado con los conflictos armados, en palabras reproducidas en el texto original.
Esta función testimonial y memorialista resulta fundamental en la muestra, que según la curadora Fatema Abu Owda, trasciende lo cultural para transformarse en una voz directa salida de la experiencia del genocidio, una amplificación de historias de violencia y trauma surgidas desde la misma Gaza. El arte no es aquí sólo estética, sino resistencia y documento vivo de lo soportado por su pueblo.
En la exposición convergen distintas técnicas y miradas: desde los bocetos de Suhail Salam sobre la “miséria mental” provocada por la guerra, hasta ilustraciones digitales de Mosaab Abusall que muestran muñecas marcadas por la violencia, y conmovedoras imágenes en blanco y negro creadas con teléfono móvil por Osama Husein Al Naqqa donde el dolor y la pérdida se corporizan en la imagen de un niño. Esta diversidad en medios y enfoques evidencia la adaptabilidad de los artistas palestinos y la urgencia de dar visibilidad a historias habitualmente silenciadas.








Destacan especialmente los relatos de infancia y la perspectiva femenina, presentes en los trabajos de Yara Zuhod y Alaà Alshawa, que abordan el trauma y el desarraigo cultural desde el prisma de la experiencia de las mujeres en conflicto. Así se amplía el espectro emocional y contextual de la exposición, mostrando un mosaico complejo de las múltiples dimensiones que atraviesan la violencia, desde lo tangible hasta lo simbólico.
A la luz de reportes especializados, como el World Bank Cultural Heritage Report (2023) y The New York Times (2024), las prácticas artísticas en zonas de guerra se reconocen como herramientas de resiliencia y como puentes para la construcción de identidad bajo condiciones extremas. La colaboración con el Museo Prohibido de Jabal Al Risan, responsable de digitalizar y difundir estas obras, desborda las restricciones propias de Gaza y permite que estos testimonios circulen y sean preservados a escala global, tal como subraya el informe de la UNESCO (2024).
Finalmente, la exposición vincula arte y solidaridad, sumando iniciativas como la venta de postales solidarias que contribuyen directamente al sostenimiento de los creadores. Este modelo sostenible –destacado por El Espectador (2025)– refuerza la función social del arte y la responsabilidad internacional frente a los artistas que sobreviven y denuncian desde escenarios de crisis.
En suma, la muestra en Brooklyn se configura como un testimonio indispensable para comprender la intersección entre arte, memoria y resistencia en Gaza. Entre el dolor, la denuncia y la esperanza, el arte palestino se reivindica como un mecanismo vital de defensa cultural y un llamado urgente a la comunidad internacional en tiempos de crisis.
¿De qué manera funciona la digitalización del arte en Gaza para sortear la censura? La digitalización, promovida en este caso por el Museo Prohibido de Jabal Al Risan, permite que las obras de los artistas palestinos alcancen una audiencia global, a pesar de los bloqueos y la censura que predominan en la Franja de Gaza. Este proceso tecnológico hace posible que testimonios visuales sean resguardados y compartidos por fuera del contexto físico del conflicto, evitando la pérdida total ante eventuales ataques. Según la UNESCO, esta modalidad ha resultado esencial en la conservación de memorias culturales y en la difusión internacional de relatos desde zonas de guerra, dotando al arte de un rol estratégico tanto en la denuncia como en la identidad de los pueblos.
Además, la digitalización favorece la colaboración institucional y el acceso a mecanismos de financiamiento solidario, como la venta de reproducciones y postales, generando alternativas sostenibles para los artistas en contextos críticos. El acceso a plataformas digitales ha facilitado el archivo, promoción y supervivencia de narrativas visuales que, de otro modo, quedarían restringidas por censura o destrucción.
¿Cuál es la importancia de incluir la experiencia femenina y la infancia en el arte de conflicto? Incorporar las vivencias de mujeres y niños en el arte procedente de zonas de conflicto amplía la perspectiva y ofrece una comprensión más profunda de las consecuencias de la violencia. En el caso de Gaza, las artistas como Yara Zuhod y Alaà Alshawa aportan relatos que exploran el trauma psicológico y el desarraigo cultural femenino, abordando dimensiones que suelen quedar al margen en narrativas centradas solo en lo militar.
Por otra parte, dar visibilidad al dolor y la resistencia de la infancia en escenarios de violencia –como observa la exposición de Brooklyn– obliga a la reflexión internacional sobre las secuelas generacionales y la necesidad de memoria colectiva. El arte, en este sentido, se transforma en un espacio de resiliencia compartida, permitiendo a los más vulnerables revelar sus historias y construir identidad a pesar de las adversidades impuestas por la guerra.
* Este artículo fue curado con apoyo de inteligencia artificial.
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