El triunfo de este domingo de Gustavo Petro en las elecciones presidenciales de Colombia, en las que obtuvo más de 11 millones de votos (escrutado el 98 % de las mesas), confirmó lo que venían diciendo las encuestas sobre su ascendente aceptación entre el electorado, y también lo que venía sugiriendo la cada vez menos representativa estampa del expresidente Álvaro Uribe, su más acérrimo enemigo.

Sin rodeos, el resultado favorable de las elecciones para el candidato de la izquierda radical implica necesariamente la derrota de la derecha en el país, de la cual ha sido epítome por muchos años el exmandatario. Los dos, irreconciliables contradictores, vienen enfrentándose desde hace años hasta con duros encontronazos cuando coincidieron como senadores en el Congreso.

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Atrás quedó ese tiempo en que la voz de Uribe retumbaba, especialmente durante sus dos mandatos (2002-2010), y que también se hizo fuerte y muy incómoda en la férrea oposición que le hizo a Juan Manuel Santos (2010-2018), y cuyo eco se extendió hasta las elecciones de 2018, en las que hizo carrera eso de que muchos votarían por “el que diga Uribe”.

En las encuestas, su popularidad empezó a marcar una curva descendente, principalmente por el peso de su situación judicial —en el pleito que tiene con el senador Iván Cepeda, en el que pasó de acusador a acusado de manipular testigos, y por el cual fue llamado a juicio— y de conclusiones como la de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) que estableció que en Colombia hubo 6.402 casos de ejecuciones conocidas como falsos positivos durante sus dos mandatos (2002-2008).

Algunos residuos de su influencia se extendieron hasta estas elecciones, al punto de que muchos aseguraron que Federico ‘Fico’ Gutiérrez era su candidato, pese a que el Centro Democrático, partido del expresidente, decidió que iría a los comicios representado por Óscar Iván Zuluaga. Pero Zuluaga se desinfló muy pronto, se retiró y anunció su respaldo a Gutiérrez, que lo mantuvo a distancia para que no lo relacionaran directamente con el expresidente.

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La imagen de Uribe se tornó tan incómoda que cuando Zuluaga intentó ingresar a la Coalición Equipo por Colombia, algunos de los aspirantes de este grupo lo rechazaron temiendo que su llegada pudiera ser asociada por los electores con el arribo del expresidente a esa coalición. La consigna del equipo conformado principalmente por exalcaldes era que no los asociaran con la política tradicional, sino con la experiencia que ofrecían.

Gustavo Petro gana la presidencia y tambalea el poder de Álvaro Uribe en Colombia

En realidad, Uribe, que en los últimos 20 años se convirtió en la figura más influyente de la política colombiana, en el elector más importante debajo de cuya sombra decenas hacían fila para acomodarse y decir con orgullo que tenían su respaldo o siquiera su guiño, así no fuera expreso, pasó a convertirse en la persona con la que nadie quería salir ni en fotografías. En la campaña para la primera y la segunda vuelta brilló por su absoluta ausencia.

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El aislamiento de Uribe quedó simbolizado con sus prolongadas estancias en El Ubérrimo, en donde hace un tiempo también estuvo detenido por orden judicial. El ambiente político del país, que tuvo graves expresiones como la del paro nacional, con jornadas violentas, forjó una situación en la que respiraron a pulmón henchido sus detractores y les dio aire para expeler expresiones en su contra.

Consciente de que las elecciones parlamentarias eran cruciales para su proyecto político, se animó a salir a las calles a repartir volantes. “He escrito desde el corazón unos renglones a mis compatriotas, y he empezado a repartirlos hoy personalmente […], invitando a mis compatriotas a que nos apoyen, […] a que luchemos por un país libre de violencia, libre de terroristas, […] libre de droga, […] libre de inequidad, que supere la pobreza, […] libre de politiquería, […] con libertad de empresa, […] con libertad de prensa. Resolvamos lo social sin revocar las libertades”, dijo en un establecimiento de Planeta Rica (Córdoba), a comienzos de año.

El resultado no fue el mejor. De principal fuerza política en el Congreso, el Centro Democrático pasó a ser uno de esos partidos de media tabla. El Pacto Histórico de Petro y el Partido Conservador se quedaron en el Senado con las bancadas mayoritarias (16 curules cada uno), seguidos por el Partido Liberal (15). Después quedó el Centro Democrático que obtuvo 14 curules, las mismas de la coalición Alianza Verde-Centro Esperanza. En la Cámara de Representantes ocurrió algo parecido: el Partido Liberal fue primero con 32 curules, seguido por el Pacto Histórico (25), el Partido Conservador (25), y después el Centro Democrático (16).

Eso no quiere decir que Uribe y sus huestes estén derrotados. Si bien el expresidente disfrutó, gracias a la modificación que hizo de la Constitución, de las mieles del poder durante ocho años, también sabe hacer oposición, y muy dura, como la que encabezó, también durante ocho años, contra Juan Manuel Santos. Su partido, muy disciplinado y monolítico, con seguridad sabrá moverse, bajo su dirección, en las agitadas aguas del Congreso para cerrarles el pasó a las iniciativas de Petro.

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Así que no es por la llegada de Petro a la presidencia que Uribe puede perder el poder. Lo seguirá ejerciendo como lo ha hecho en los últimos meses: con discreción. Si definitivamente lo pierde, será por un cúmulo de circunstancias que el expresidente viene cargando como fardos. Es el devenir de la vida. Pero, en todo caso, tiene muy fuertes defensores que harán que su ideario trascienda.

Petro, si mucho, con su victoria de este domingo, podría convertirse apenas en el broche de cierre de un capítulo en la historia de Colombia llamado Álvaro Uribe, cuyo talante impedirá que se resigne a dejar de luchar.