Es escándalo por compra de votos de Aída Merlano, en el que fue mencionado Álex Char, ha dejado en evidencia (aún más) cómo la corrupción electoral pone candidatos tanto en Cámara como en Senado. 

La situación ha hecho, incluso, que los corruptos manejen un perfil más bajo al momento de hacer sus movidas, por lo que el ambiente electoral en la costa atlántica es mucho menos festivo que en las jornadas electorales de años pasados.

Así lo describe Cambio, que detalla que en Barranquilla —por ejemplo— no se  ve la efervescencia de cada cuatro años y que las elecciones se han caracterizado por una inusual cautela, contraria a las parrandas que armas los candidatos para conseguir votos.

la publicación cita al ‘Gato volador’, Laureano Acuña, político de la región, que dice que los aspirantes “prefirieron ser más discretos y prudentes para evitar que los descubran ‘in fraganti’.

Si bien la corrupción es en todo el país, en el norte de Colombia hay condiciones que favorecen esa práctica, resalta la revista. Es por eso que se aventura a mencionar clanes como los Name, los Terán, los Abuchaibe, los Slebi, los Crissien o los mismos Char, a quienes recientemente les sacaron un expediente que los vincularía con el narcotráfico. 

Con ese escenario, Cambio citó el testimonio de un hombre (anónimo por su seguridad) que señala que la corrupción en las campañas funciona como una empresa.  

Aseguró que trabajó con el patriarca del clan de los Name y dijo que él estaba “sentado con un cuadernito en la sala de su casa. […] Le llegaba la gente y él le preguntaba quién te recomendó, anotaba los votos que iba a poner y los pagaba por adelantado”.

Agregó que Name tenía un andamiaje completo y que “metía tres Cámaras y su Senado”.

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La fuente anónima de Cambio dice que ese chanchullo se ejecuta en los barrios por medio de dos figuras: los mochileros y los coordinadores, que  hacen varias maniobras para evitar que se pierdan el voto y la plata.

Además, cuenta el medio, hay una caja menor y una “confluencia de empresas, contratistas, restaurantes”.

Encima, con la plata destinada al fraude, se sobornan policías, jurados de votación, registradores locales y hasta magistrados del Consejo Nacional Electoral.

“Es un sistema tecnificado, empresarial, que opera a partir de una variedad de funciones que han sido bautizadas por el folclor popular que le puso nombres como mochilero, punteador, digitador“, agregó el hombre.

Es más, el testimonio da cuenta de una de las empresas de la familia Char: Serfinaza. El hombre dice que allí era donde cobraba los cheques para conseguir la plata que pagaría los votos. Luego, “tenía que asegurarme de que el gerente de transporte tuviera todo marchando bien, de que el área de sistemas funcionara”.

(Vea también: “$ 12.000 millones para tu elección”: audio dejaría en evidencia compra de votos a Merlano)

Ya, con plata en mano, este es el paso a paso:

Le dijo a Cambio que el candidato llega de la mano del contratista, que no es otra cosa que un inversionista. Aseguró que esa persona llega con dinero de los contratos con el Estado. “Aquí es donde la corrupción se vuelve una operación nacional, subrayó.

“El contratista llega con su bolsa de contratos, que necesita 20.000 millones. De los cuales 10.000 se van en la operación de logística. Un voto cuesta, o así era hace cuatro años, 100.000 pesos, pero de eso al votante le llegan apenas 60.000 pesos”, concluyó.