Corría el 19 de diciembre del 2004, Atlético Nacional venía con antecedentes dolorosos: 4 años sin ganar la liga, una final perdida de Copa Suramericana, una final perdida el semestre anterior vs. DIM (su rival de patio) y, como si fuera poco, una goleada (3-0) estrepitosa propinada por el Junior de Barranquilla, 4 días atrás en el estadio Metropolitano.

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Si es hincha de Nacional recordará ese día perfectamente; si no lo es, póngase en los zapatos de esa hinchada —la más grande del país— que por esos tiempos pasaba de una desgracia a otra y veía como una nueva oportunidad de estrella se le esfumaba de las manos.

Créame cuando le digo lo siguiente: ninguna hinchada en Colombia —y me atrevo a decir que muy pocas en el continente— pueden contar esa experiencia de fervor, fe, locura y amor incondicional que demostró la de Nacional ese día. Ninguna habría hecho lo que hizo la de Nacional ese día.

Ese domingo, en vez de bajar las manos, echarse a la pena y abandonar a un equipo que había demostrado un gran fútbol para llegar a la final, la parcialidad del Rey de Copas se graduó —su posdoctorado tal vez— como la mejor de Colombia. Casi 45 mil almas que llenaron el Atanasio más las millones alentando desde sus hogares o bares se habían levantado ese día con una convicción: creer en un milagro, el milagro de la remontada.

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Antes de comenzar el partido, el estadio era una caldera, una catedral de unión, de esperanza, de júbilo, de familia, de gente berraca y con huevos. El ambiente, como si la adrenalina y los nervios nos hubieran hecho olvidar la pela de la ida, era de fiesta total. Por eso decimos que Nacional es fiesta y carnaval, porque, por muy grande que fuéramos, nos habían dejado en la lona con ese 3-0 pero ahí estábamos 45 mil bocas haciéndole un ritual de buena energía al Verde como si no hubiera un mañana.

El milagro no se dio, casi, pero no se dio ¿Del resultado y el trámite del juego?

No se detallarán, pero aquí dejamos un enlace al video para que, quienes no lo han visto, dimensionen lo que fue uno de los más extraordinarios partidos en la historia de las finales del FPC.

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Ese día, Nacional perdió una estrella, contra un rival histórico como lo es el tiburón , pero ganó dos cosas: el respeto de todo el país futbolero y el rótulo de ser, por lo menos ese día, la mejor hinchada deportiva del mundo.

Al final tenía razón el maestro Pacho Maturana: “perder es ganar un poco”.

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La próxima fecha Nacional recibe al tiburón en el Atanasio Girardot, el que gane es finalista, pero el empate también le sirve al verde para para volver a una final tras cuatro años de ausencia ¿Lo morderá otra vez el tiburón o esta vez saldrán ganando los 45 mil asistentes que irán con el mismo fervor, fe, locura y amor incondicional que aquellos que llenaron el Atanasio ese 19 de diciembre de 2004.