Sentí la muerte muy cerca…”, le dijo Gastón Castro a Víctor Rosas y Germán Blanco del periódico El Tiempo. En los años 80 los narcotraficantes se tomaron la mayoría de equipos de fútbol y se empezó a generar todo tipo de sospechas por los arbitrajes y hasta sobornos a jugadores rivales. América de Cali, Atlético Nacional, Junior, Millonarios, Deportivo Cali y Deportes Tolima habían peleado los títulos desde 1980 hasta 1985.

En esa década también contrataron árbitros extranjeros para las finales, eso le daba más “glamour” al fútbol local, pero sobretodo bajaban las dudas sobre algo extraño que ocurriera. Para el octogonal de 1986 llegaron desde Chile, Enrique Marín y Gastón Castro. Este último había dirigido en el Mundial de España 1982. Por la séptima fecha del octogonal, Nacional recibía al América, los verdolagas estaban en la parte media de la tabla y los escarlatas eran líderes y candidatos a ganar su quinto título consecutivo.

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Las cosas no empezaron bien para el chileno desde el sábado 22 de noviembre cuando llegó al Hotel Amarú de Medellín. Arribó junto a Orlando Morales, veedor de la Dimayor, y tuvieron un incidente con el taxista porque consideraban que les cobró más de lo habitual. El domingo todo transcurría de manera normal, después de la 1:00 pm ambos sujetos esperaban en la habitación a que llegaran los jueces de línea y de ahí partir al estadio. En un momento tocaron a la puerta, aunque muy fuerte y de manera desesperada.

A la habitación 1202 entraron dos sujetos armados, “Señor Gastón Castro, si Nacional pierde esta tarde frente al América, usted puede darse por muerto. Usted lo pagará con su vida, no se le olvide nunca. Si llega a abrir la boca ya sabe lo que le espera”, le habrían dicho al juez. Inmediatamente empacaron sus cosas, pagaron la cuenta y al encontrarse con Humberto Vargas, juez de línea, se marcharon a la casa de uno de sus hermanos. Lo que no sabían es que a Bogotá llegó la versión de que Castro y Morales habían llegado la noche anterior borrachos al hotel y por eso la discusión con el taxista.

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Jorge Correa Pastrana, gerente de la Dimayor, se comunicó con ellos y les dijo enfáticamente que fueran al estadio y demostraran que no estaban borrachos. A los periodistas les llegó la información de que el chileno tendría algunos problemas físicos y no iba a dirigir. Sin embargo, uno de los empleados del hotel difundió la versión de la “fiesta” y los hinchas recibieron a los jueces gritándoles: “¡Borrachos, borrachos, borrachos!”. Castro diálogo con Oscar Ríos y Juan José Bellini, directivos de Nacional y América respectivamente, ambos lo entendieron y se solidarizaron.

Humberto Vargas terminó dirigiendo el partido, Castro hizo la denuncia y casi no puede regresar a Bogotá por problemas en los vuelos. América ganó 2 – 3 en el Atanasio Girardot y se consolidó como líder. Al otro día el chileno hizo sus descargos en la Dimayor al igual que los directivos quienes respaldaron a Castro diciendo que no estaba borracho y sus nervios y miedo eran latentes. Los argentinos Juan Carlos Lamolina y Ricardo Calabria eran los extranjeros para la siguiente fecha y viajaron a Colombia, pero no pudieron dirigir por llegar con visa de turistas. Algunos creyeron que fue un complot para no tener más jueces extranjeros.

Al final Gastón Castro le dejó una “reflexión” a El tiempo: “En Colombia se le quita y se le devuelve la honra a una persona como quien se come un pan. Hay una irresponsabilidad tal, que lo único que les faltaba preguntarme era si practicaba el homosexualismo. Parece que no existiera un Ministerio de Comunicaciones. El periodismo tiene que cambiar, no se puede jugar con la vida de las personas de esa forma tan fácil. En Colombia el protagonista principal de un partido es el árbitro y no los jugadores. El espectáculo, de hecho, está desvertebrado, muy lejos de la esencia como tal. Cada partido es una guerra, donde parece que se jugara la honra y el orgullo de una región. El sano esparcimiento desapareció.

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