El ejercicio físico se consolida como una de las prácticas fundamentales para preservar y mejorar la calidad de vida, así como para aumentar la longevidad. Esta afirmación encuentra respaldo en datos sólidos presentados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que estima que el mantenimiento de una rutina regular de actividad física puede evitar hasta cinco millones de muertes a nivel global cada año. La relevancia de esta práctica trasciende la prevención de enfermedades, refiriéndose a un enfoque integral de bienestar que abarca la salud física, mental y social a lo largo de todas las etapas de la existencia humana.
El nexo entre la actividad física y la prevención de patologías crónicas destaca entre los aspectos más investigados y documentados por la literatura médica. Estudios publicados por revistas científicas de alto impacto, como The Lancet y JAMA Internal Medicine, han concluido que aquellas personas que incorporan ejercicios a sus rutinas habituales experimentan una significativa reducción en el riesgo de desarrollar enfermedades como hipertensión, diabetes tipo 2, síndrome metabólico, cáncer de colon y afecciones cardiovasculares. Estos beneficios derivan de mecanismos fisiológicos claros: el ejercicio ayuda a reducir niveles de colesterol LDL (colesterol “malo”) y triglicéridos, mientras optimiza la circulación sanguínea. Consecuentemente, el riesgo de sufrir accidentes cerebrovasculares o insuficiencia cardíaca se ve notablemente disminuido, según detallan los estudios revisados en The Lancet (2019) y JAMA Internal Medicine (2021).
Los beneficios del ejercicio no se limitan únicamente al cuerpo. También se extienden al ámbito mental y emocional. Durante la actividad física, el cuerpo libera endorfinas y neurotransmisores como la serotonina y la dopamina, factores comprobados por investigaciones de la Academia Americana de Psiquiatría y el Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos (NIMH), que inciden positivamente en el estado de ánimo y contribuyen a la reducción de síntomas de ansiedad y depresión. Estas sustancias no solo mejoran el bienestar inmediato sino que, a largo plazo, optimizan funciones cognitivas clave como la memoria, la concentración y el aprendizaje. Dichos hallazgos son especialmente relevantes para adultos mayores que buscan preservar su autonomía y calidad de vida, como destacan el NIMH (2023) y publicaciones en Psychiatry Research (2022).
A nivel social, el ejercicio desempeña un papel crucial en la lucha contra el aislamiento. Realizar actividades físicas en grupo, como deportes, caminatas colectivas o clases de baile, no solo proporciona beneficios para la salud, sino que también fomenta espacios de interacción y apoyo comunitario. Estos contextos sociales incrementan la motivación para mantener rutinas saludables y refuerzan vínculos entre los participantes, tal como expone la Organización Panamericana de la Salud (OPS, 2022).
En cuanto a las directrices prácticas, tanto el Ministerio de Salud de Colombia como organismos internacionales recomiendan acumular, al menos, 150 minutos de ejercicio aeróbico de intensidad moderada —como caminar a paso rápido, nadar o andar en bicicleta— cada semana, o alternativamente 75 minutos de ejercicio intenso. A esto se suma la sugerencia de realizar actividades de fortalecimiento muscular (utilizando pesas, bandas de resistencia o el propio peso corporal) al menos dos veces por semana. Es relevante subrayar que no es imprescindible una membresía de gimnasio ni prácticas deportivas complejas: acciones cotidianas como subir escaleras o aumentar la intensidad de tareas domésticas contribuyen de manera significativa a los objetivos de salud propuestos, conforme lo aclara el Ministerio de Salud de Colombia (2024).
El impacto positivo del ejercicio también abarca la salud sexual. En hombres, se ha documentado una reducción en la prevalencia de la disfunción eréctil; en mujeres, se reporta un aumento del deseo y del bienestar sexual. Estas mejoras obedecen a una mejor circulación, mayor resistencia cardiovascular y efectos favorables sobre la autoestima, según los estudios de la Sociedad Internacional de Medicina Sexual (ISSM, 2023).
En respuesta a posibles barreras de tiempo o motivación, la promoción de pequeños cambios cotidianos —como evitar el ascensor, recorrer distancias cortas a pie o preferir la bicicleta en desplazamientos urbanos— puede ser un punto de partida efectivo. Todas estas acciones, acumuladas en el tiempo, contribuyen a reducir de manera significativa el riesgo de muerte prematura y elevan la calidad de vida, como resaltan informes de la OMS (2023) y de Harvard Health Publishing (2022).
En definitiva, el ejercicio trasciende su función preventiva para convertirse en un pilar de la salud integral y la cohesión social. Su impacto abarca dimensiones individuales y colectivas, constituyéndose en una herramienta central para enfrentar los desafíos más apremiantes de la salud pública contemporánea, como el envejecimiento poblacional y la incidencia de enfermedades no transmisibles. La evidencia científica y las recomendaciones oficiales convergen en un mensaje claro: la actividad física debe ocupar un lugar prioritario tanto en las políticas sanitarias como en la vida cotidiana de cada persona.
¿Cuáles son las principales barreras que dificultan la adopción del ejercicio regular?
A pesar de la claridad y contundencia de las recomendaciones de organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el propio Ministerio de Salud de Colombia sobre la importancia del ejercicio, muchas personas encuentran dificultades para integrar la actividad física en su rutina diaria. Identificar estas barreras es esencial para diseñar estrategias eficaces de promoción de la salud pública.
Las limitaciones pueden ser de orden individual, como la falta de tiempo, motivación o energía, o relacionadas con el entorno, como ausencia de espacios seguros, instalaciones adecuadas o apoyo social. La percepción errónea de que es necesario practicar deportes de alto rendimiento o acudir a costosos gimnasios contribuye a la inacción, cuando la evidencia respalda los beneficios de pequeñas acciones cotidianas. Profundizar en este aspecto puede ayudar a romper mitos y allanar el camino hacia una mayor adherencia a la actividad física.
¿Qué tipos de ejercicio son más adecuados para personas con restricciones de movilidad o enfermedades crónicas?
Un segmento importante de la población experimenta limitaciones físicas que dificultan la práctica de ciertos tipos de ejercicio convencional. Para quienes conviven con enfermedades crónicas como la artritis, problemas cardíacos o limitaciones motrices, la búsqueda de actividades adecuadas y seguras se vuelve fundamental.
La adaptación de las recomendaciones, mediante ejercicios personalizados y supervisados —como fisioterapia, natación terapéutica o rutinas de bajo impacto—, permite que los beneficios del movimiento sean accesibles para todos, independientemente de la condición de salud de partida. Analizar las opciones existentes y su fundamento médico abre el debate sobre la necesidad de políticas inclusivas y atención especializada dentro de los sistemas de salud.
* Pulzo.com se escribe con Z
LO ÚLTIMO