En Colombia existen 15 razas de perros, cruces o híbridos, considerados “de manejo especial”, una etiqueta basada en que, en su conjunto, sus dientes, su cavidad bucal y su masetero —un músculo situado en la parte posterior de la mejilla que tiene la función de elevar la mandíbula inferior— son de gran contundencia a la hora de agredir a otro ser.

Una de esas razas es la pitbull, tan mencionada recientemente en las redes sociales luego de que se conociera el caso de un ejemplar que mató a un gato en un conjunto residencial de Bogotá, y que abrió una fuerte discusión sobre la supuesta amenaza que representan para la sociedad.

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Pero, para entender un poco por qué se reabre esa discusión, vale la pena revisar la historia: el origen de estos animales se remonta al siglo XIX, cuando en Inglaterra, Irlanda y Escocia fueron criados a partir de los bulldogs inglés que por ese entonces eran conocidos por un deporte llamado “hostigamiento de toros”.

“El hostigamiento de toros consistía en atar un toro para que uno o dos bulldogs lo hostigaran durante horas hasta hacerlo colapsar, una práctica prohibida en 1835, que derivó en el surgimiento de otros deportes ilegales más fáciles de ocultar, como la caza de ratas y las peleas de perros”, explican en el blog Animal Fiel.

De ahí que se “necesitara” una raza con mayor agilidad y destreza, y que los criadores empezaran a cruzar bulldogs y terriers y nacieran los pitbulls, animales con características físicas bastante llamativas para los humanos que se bifurcó en dos líneas: los pit de pelea y los pit domésticos, según Julio Aguirre, decano nacional de la Facultad de Medicina Veterinaria de la Uniremington:

“Esa línea doméstica de entrenarse para el combate y empezó a ser una línea más tranquila, aunque siguieran siendo grandes en términos de tamaño y fuertes en términos de musculatura”, por lo que cuando estuvieron de moda las etiquetas de segregación en Colombia, se creó la Ley 746 de 2002, en la que se estipulaba que los perros poderosos y con mayor capacidad de mordida eran “perros potencialmente peligrosos”, por lo que debía tratárseles de manera diferente: no podían ser manejados por menores de edad, tenían que tener bozal y traíllas y para salir a la calle siempre debían ir acompañados de un adulto responsable.

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Una regla modificada en el 2016 por la Ley 1801, para adicionarle, a los perros potencialmente peligrosos otra raza, la bull terrier. Y en el 2020 esa norma vuelve a ser modificada por la Ley 2054 para cambiar el etiquetado. Ya no detallan “perro potencialmente peligroso” sino “perro de manejo especial”. Le quitaron la palabra peligroso porque los etiquetados en términos criminológicos para estos animales fue algo nefasto, ya que empezaron a ser vistos como perros malos, agresivos y peligrosos sin que lo fueran de manera diferencial.

Si bien es cierto que esas 15 razas tienen una capacidad de ataque y de mordida mayor a cualquier otra, también lo es que llamarlos de esa forma generó una serie de mitos y de miedos sobre ellas como que “les gusta la sangre”, “que cuando están agrediendo se vuelven ciegos”, “que son del diablo”, “que solo sirven para pelea”, “que no sienten dolor”, porque tal y como lo menciona Santiago Henao Villegas, médico veterinario, docente e investigador de la Universidad CES, todos los perros comportamentalmente tienen ese instinto de agresividad y de defensa.

“O sea, si hablamos de un pekinés o un chihuahua o un pug que son muy pequeños, se puede decir que ellos también pueden o están en la capacidad de ser agresivos, lo que pasa es que el potencial daño de estas razas es muy bajo en comparación con las que son consideradas hoy de manejo especial, por eso, a la larga, todo termina siendo un tema completamente ligado a la crianza, por ejemplo, cuando tenemos un pitbull criado en ambientes tranquilos y con la posibilidad de socializar con otros perros y otros animales desde temprana edad, ese pitbull no va a tener comportamientos agresivos, al contrario, va a ser muy dócil”, dice el veterinario Henao.

En ese mismo sentido, Aguirre agrega que, en efecto, la agresividad de un perro está dada por la epigénetica, por el ambiente en el que viva, en el cual se incluyen los métodos de crianza y de socialización a los que se exponga, y por la nutrición que reciba.

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Ahora, lastimosamente hubo un momento (en Medellín y en muchas ciudades de Colombia) en el que se estimularon las peleas con perros y las apuestas alrededor de esas peleas, esos caninos, que no son específicamente pitbull, valga la aclaración, una vez rescatados deben tener un nuevo proceso de educación en el que se prioricen la recuperación de la confianza con los humanos, con las demás especies y con el entorno, lo cual también les sucede a los que han sufrido abusos, daños o traumas.

Y con esos perros que han tenido antecedentes de agresividad es importantísimo el manejo que han tenido los albergues. “Hay experiencias muy bonitas en las cuales estos animales no son adoptados por familias porque podrían estar expuestas, sobre todo si hay antecedentes de agresión a personas, pero sí son adoptados por empresas. Empresas que los utilizan para la labor de vigilancia periférica. Entonces, tienen unos espacios muy amplios para moverse, pero anclados a una traílla. Yo creo que esta raza debe darle segundas y terceras oportunidades. Eso va a estar muy ligado al cariño y al cuidado de sus propietarios”, finaliza Villegas, mientras Aguirre menciona que hoy es imprescindible que el poder legislativo se esfuerce por no crear leyes que fomenten los estigmas.