La localidad de Calarcá, en el departamento del Quindío, Colombia, se percibe como un espacio marcado por la diversidad de trayectorias vitales y la convivencia de múltiples identidades. En cada rincón, la “otredad” —la condición de ser diferente, el reconocimiento de los otros— se hace presente, revelando que quienes habitan este territorio viven en constante tensión entre el arraigo y la migración. Algunas personas encuentran aquí su hogar permanente, similares a árboles cuyas raíces profundas se aferran a la tierra y cuyas ramas se despliegan tranquilamente por las calles. Otros, por el contrario, recuerdan a las golondrinas: son migrantes que, en algún momento, hacen de Calarcá su refugio temporal, antes de emprender nuevamente el vuelo.
En este contexto surge la figura de Tatiana Alejandra Velásquez Osorio, Licenciada en Español y Literatura de la Universidad del Quindío y docente de Lectoescritura de la Universidad Alexander von Humboldt. Según La Crónica del Quindío y sus propias contribuciones en medios reconocidos como El Espectador y Baudó, Velásquez Osorio se caracteriza por mantener una relación dual con Calarcá: es, a un tiempo, parte esencial de su memoria colectiva y también una viajera que retorna para narrarla desde nuevas miradas. Además de su labor como docente y columnista, ha ejercido como lectora y editora, oficios que, según se relata, le han permitido adquirir una sensibilidad especial hacia los territorios y las historias que los habitan.
La autora invita a reflexionar sobre la importancia de reconocerse a sí mismo desde los lugares que se transitan y de asumir tanto el legado de quienes migran como las huellas imborrables que los espacios dejan en cada individuo. “Somos una especie en viaje”, cita Velásquez tomando prestada una frase del cantautor Jorge Drexler, para describir cómo el movimiento, la partida y el regreso, configuran la identidad de quienes caminan por Calarcá.
Dentro de la narrativa, aparecen personajes que encarnan este vaivén: Julián, un fotógrafo que llegó desde el Meta perseguido por recuerdos familiares y que se llevó imágenes no solo de la arquitectura del pueblo, sino también de sus habitantes —personas diversas, marginales, muchas veces rotas por la vida—, así como la misma autora, hija de una nómada y testigo de la circulación constante de jóvenes y migrantes que dan vida y bullicio al lugar.
Retratar Calarcá implica reconocer su naturaleza cambiante. La autora evoca sus años de residencia intermitente, la experiencia de vivir en distintos barrios y la relación profunda —a veces dolorosa— con la montaña y los dolores históricos que alberga. También describe escenas urbanas vibrantes: plazas llenas de niños, adolescentes meditabundos, generaciones entremezcladas en billares y calles, y habitantes en situación de calle cuya presencia despierta reflexiones amargas sobre la exclusión y el olvido. Según Velásquez Osorio, las historias del pueblo se entrecruzan y se transforman con cada generación, tejidas por las vivencias personales y la memoria colectiva.
En última instancia, la memoria, subjetiva y a veces incierta, moldea la visión que cada quien tiene de Calarcá. La escritora asume que su propia versión es imperfecta, pero válida dentro de esa maraña de recuerdos y miradas que convierten a Calarcá en un lugar lleno de vida, contradicciones y afectos inesperados. La ciudad, afirma, observa a sus habitantes desde la esquina de su particular e inacabada verdad.
¿Por qué el fenómeno migratorio es tan relevante para la identidad de Calarcá?
Esta pregunta adquiere especial importancia al examinar el modo en que la constante llegada y salida de personas configura la identidad local. En el caso de Calarcá, este flujo genera una comunidad diversa, en la que los arraigados conviven con quienes buscan un resguardo temporal. Las historias de migrantes, tanto de quienes han partido como de los que llegan, influyen en la memoria colectiva y en la vibrante cotidianidad del municipio.
Comprender este fenómeno ayuda a explicar no solo los cambios demográficos y culturales, sino también la manera en que se viven la nostalgia, el desarraigo y el sentido de pertenencia. Según lo expuesto por Tatiana Alejandra Velásquez Osorio y los testimonios recogidos en medios locales, el ir y venir de personas da lugar a un entramado social rico y complejo, marcado tanto por encuentros como por despedidas.
* Este artículo fue curado con apoyo de inteligencia artificial.
* Pulzo.com se escribe con Z
LO ÚLTIMO