“Birgitte puso al cachorro en una cesta y se lo llevó a casa. Lo limpió, curó, y, para su mayor alegría, se recuperó. Jugaba con el cachorro en el jardín”, explicó la familia en un comunicado publicado a la opinión pública.

“Al cabo de un tiempo, el cachorro empezó a mordisquear como hacen los cachorros. Atrapaba los dedos cuando jugaban“, precisaron.

La joven, empleada de un hospital, se sintió mal al llegar a Noruega y fue ingresada en cuidados intensivos en el hospital de Forde, donde murió a comienzos de la semana.

“Nuestra querida Birgitte adoraba a los animales. Nuestro temor es que algo así se repita en personas con un corazón tan grande como el suyo”, dijo su familia.

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Según el Instituto noruego de sanidad pública, el último caso de rabia contraída por un humano en territorio metropolitano noruego se dio en 1815, y en 1826 para un animal.

Según la familia, ninguno de los amigos del grupo que fue a Filipinas estaba vacunado contra esta enfermedad que transmiten los animales y que le cuesta la vida cada año a 59.000 personas en todo el mundo, de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud. Más del 99% de las víctimas se concentra en Asia, África y América del Sur.