Su tradición de uso deportivo o proletario (usuarios con baja posibilidad de acceso a transporte motorizado), debía democratizarse para llegar a las clases más pudientes que hacían uso irracional del auto, con el consecuente colapso del espacio público y sus efectos colaterales. Para ello había que generar una especie de epidemia social que permitiera un mínimo reconocimiento.

El auge del carro con sus enormes ventajas motorizadas, trajo también sus problemáticas y contradicciones; ante ello la bicicleta era opción alternativa. No era fácil reemplazar autos por ciclas; para llamar la atención se recurrió a medidas desesperadas como las masas críticas en importantes ciudades, generándose un nuevo problema. Pero las ciudades con alto desarrollo humano cambiaron el esquema con gran voluntad política de sus gobiernos; con intervenciones amigables e incluyentes lograron volverlas más caminables y ciclables. Se demostró que estimular la movilidad no motorizada, podría ser parte de la solución en el siglo XXI.

Por todo ello el tema ambiental se priorizó en el mundo. Lo malo ha sido la politización y uso de su causa para fines oscuros, políticos, mercantilizados y populistas. Hoy, tantos que posan de ambientalistas científica y naturalmente poco demuestran conocer del tema. Lo tomaron como bandera por ser tendencia o moda llevando mensajes confusos y distorsionados que no permiten sensibilizar ni educar a la población.

El avance ha sido mínimo y el efecto invernadero en vez de reducirse va creciendo. Ello puede deberse a los seudo-ambientalistas que promueven acciones superficiales, nada consistentes, producto de falta de competencias y argumentos, además de su actitud radical y poco incluyente. Pero por, sobre todo, su incoherencia ante un analfabetismo puntual. Son sujetos que intervienen sobre el producto final, sin aportes estructurales basados en la evidencia científica.

La mayoría de supuestos ambientalistas por ejemplo, no tienen una noción precisa sobre el manejo de la huella de carbono. Esto exige unos comportamientos profundos, estructurados, organizados, comprometidos. El asunto es delicado y requiere mucha finura en su aplicación. De allí la enorme cantidad de errores que diariamente cometemos. Y los hábitos cotidianos inciden profundamente en la huella de carbono, lo cual hoy es el mayor desafío frente al efecto invernadero.

De allí que es inaceptable que posen de ecologistas derrochadores de implacables malos hábitos de vida, ‘ambientalistas’ obesos culposos (no patológicos), consumidores de productos ultra procesados, afectos a las carnes rojas que favorecen la ganadería intensiva y el hambre en el mundo. Se debe recordar que para obtener un kilogramo de proteína de origen animal se requieren entre tres y veinte kilos de proteína vegetal. Ecuación que explica que si tenemos al frente un suculento bistec, en su proceso se han invertido al menos 10 kilogramos de proteínas aptos para el consumo humano.

Otro efecto nefasto de la cría intensiva de ganado son sus emisiones de GEI. El seis por ciento del CO2 generado a nivel global es producto de los gases emitidos por las vacas. La población ganadera contamina tanto o más que el sector transporte según estudios de la FAO. Además, es responsable del 37 por ciento de todo el metano producido, gas 23 veces más perjudicial que el CO2 y que se origina en su mayor parte en el sistema digestivo de los rumiantes.

Ni que decir de la epidemia de ilusorios animalistas cuyo máximo esfuerzo es cuidar de su perro y participar en rimbombantes campañas, pero alejados de una realidad empática con la naturaleza. En tantos casos “animalistas” sobrepesados algunos adeptos al alcohol o al tabaco, o con prácticas contrarias a la naturaleza humana que terminan afectando el equilibrio por la vida. Si se es un genuino animalista o ecologista, se debe iniciar con la coherencia aparte de tener una supuesta pasión, que corresponde más una conciencia tormentosa.

Dice un viejo adagio, “Si quieres curar a otros, primero cúrate a ti mismo”. Debemos estar en paz con nosotros mismos, con nuestro cuerpo. Ser muy responsables, mantenernos en el peso adecuado, tener una alimentación de predilección sana y sobria, ser físicamente activos con la mejor higiene corporal (es decir libre de tóxicos como alcohol, tabaco, drogas y medio ambiente contaminado). Además de ello ser absolutamente coherentes con lo que proponemos.

Pero hoy abundan los activistas (del ambiente y la causa animal), muchos radicales, excluyentes e impositivos que alejan a la ciudadanía de las buenas prácticas. Otros haciendo populismo y demagogia utilizando un tema tan universal como es la armonía y sostenibilidad planetaria. Políticos patéticos de todas las pelambres buscando salir en fotos y campañas con perritos o gatitos. Gorditos pecadores y borrachines pusilánimes pontificando pero autodestruyéndose. De estos nada genuinos ecologistas o animalistas, “líbranos Señor”.

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