Algunos amantes del fútbol, románticos empedernidos, han criticado la monetización de su pasión. Parece como si les hubieran profanado aquello tan sagrado e impoluto con la banalidad del dinero. Pero si profundizamos, podremos ver las cosas desde otra perspectiva.

Partamos de una premisa y es que el fútbol profesional debe ser un espectáculo. Evento que debe entretener y agradar a quien de una u otra forma paga por verlo, ya sea presencial, por televisión o medios digitales. Como todo espectáculo, entre más dinero, mejores presentaciones porque se accede a mayores recursos.

Ahora, a diferencia del circo o el teatro, el fútbol cuenta con hinchadas, seguidores que sienten al equipo como propio y que esperan hacer parte activa o pasiva de este espectáculo. Un grupo de personas que ponen muchas veces la pasión por encima de la razón y quienes deciden ver solamente con las emociones y el corazón antes que con la razón y el cerebro, lo cual no necesariamente es malo ya que por esto es que logra ganar tantos adeptos, pero debe canalizarse correctamente.

No es de extrañar que en una asamblea de socios de un club profesional, se presente a un equipo el cual venía de una quiebra segura, saneado financieramente y la hinchada se desgarre las vestiduras por la ausencia de resultados deportivos. También se ha visto como se pone en un pedestal a quienes han administrado con éxito lo deportivo, pero a su salida no deja más que una linda vitrina soportada en una mesa de tres patas. 

El secreto está en entender la naturaleza de la entidad y lograr armonizar las expectativas y objetivos deportivos, con las reales capacidades financieras. De acá se pueden desprender diferentes caminos, como el de lograr mantenerse a flote, buscar un ascenso, ser el mejor del país, del continente o del mundo. Explicado mejor, la administración de un equipo como el Tolima o el Cúcuta, no será la misma que la que se le debe dar al Real Madrid o al Barcelona. Son dimensiones diferentes y esquemas administrativos que deben responder a necesidades distintas.

Pero muchas veces los hinchas, con su enceguecido amor, solo ven lo que está en la superficie, sin darse cuenta de que los cimientos financieros y administrativos son los que le permitirán disfrutar de las alegrías que permite este deporte.

Que el fútbol sea un negocio, no es malo. El problema son los manejos ineficientes y el desconocimiento e impaciencia de quienes esperan algo de ello.

Columnas anteriores

Colombia, ¿país futbolero?

Tiger Woods, un ‘gamechanger’ como ningún otro

Y los Juegos Panamericanos, ¿qué?

Y si además de sacar el carro de bomberos, ¿hacemos algo más?

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.