Y pueden ser más baratos económica y emocionalmente. Cuando estuve experimentando en el BDSM, aparte de probar tantísimas cosas, aprendí más de las relaciones humanas que en estos cientomil años de terapias y grupos de crecimiento personal.

Una de las relaciones más honestas que he tenido en mi vida fue con el Master. A él no tenía que decirle que era mi segundo polvo, ni que me gustaba acostarme en cucharita porque era tierna y pura, ni que estaba enamorada de él y quería que viviera conmigo en un futuro. Esa relación fue el principio de mi libertad conmigo misma, podía decirle lo que quería y cómo lo quería, la fidelidad era un aspecto de asepsia y salud. Claro que lo quería, pero solo como puede querer una mujer recién divorciada, con la vida confundida, con el corazón frío y la vida destruida. Yo necesitaba ser reparada y follar.

Desde muy pequeña me habían gustado los juegos de asfixia. Me acuerdo de los chacos de Miguel Ángel (la tortuga ninja con antifaz naranja) que tenía mi primo y de ponerme en frente del espejo y ver cómo se me ponían morados los labios y el placer de la sangre volviendo a su lugar. Y no soy tan rara, ni tan exclusiva, hace unos años a David Carradine lo encontraron muerto en un hotel de Bangkok y una de las hipótesis de la causa de su muerte fue la autoasfixia erótica.

El placer ha sido una búsqueda constante, no solo porque obviamente me gusta la sensación, sino porque creo que no hay otra forma de conocerse más que probando (sí, soy de esa raza que no aprende por consejos, enseñanzas teóricas y, ni siquiera, por pésimas experiencias).

El sexo entre más cercano está de lo animal más placer me produce. Que me metan el pito y me agarren el cuello como si me quisieran matar, no solo limita el oxígeno y el flujo sanguíneo. La experiencia de ser dominada y de que la vida está en “sus” manos me pone y la sangre  que no llega al cerebro altera la presión sanguínea en los genitales y en el orto. Efecto que pone todo muy sensible abajo y reduce la capacidad de pensar y racionalizar (punto para el placer).

Después nos “corremos”, el que fuma prende un cigarrillo y la vida sigue después de vestirse. La asfixia dura hasta que se quitan las manos o el objeto del cuello y vuelve todo a su lugar.

Pero hay otro tipo de asfixia que no produce placer, que no es conscientemente consensuada y que tiene los peores y más duraderos resentimientos. La asfixia emocional o relación tóxica. Aquí se borran as líneas entre rol y vida, no se puede respirar ni siquiera con la ropa puesta y lejos del tóxico. El precio de un buen polvo se convierte en la pérdida de la privacidad, los límites personales se pasan por el forro y NO HAY PALABRA DE SEGURIDAD. El que se siente vulnerado se apropia de la vida privada, del celular, los amigos son su principal amenaza y todo lo disfrazan de amor y debilidad.

El que se creía fuerte y protector ha sido sometido por un momento de placer que le cuesta la vida, ha sido encerrado en exigencias y por pereza a defenderse cede los derechos humanos. Cuando ya es demasiado tarde, abre los ojos y no sabe cómo un polvo, con la persona que solo le gustaba por un rato, terminó teniendo acceso a las contraseñas de las redes sociales, seleccionando a quién podía hablarle y a dónde podía ir sin su valiosa compañía.

El sexo es maravilloso, pero perder la vida por un polvo, en mi opinión, es demasiado costoso. Las asfixias eróticas no deben durar más de 4 minutos (en intervalos) o te mueres. Las asfixias emocionales son muy tóxicas y te matan lentamente y muchas veces son difíciles de detectar justamente porque su efecto permanente se demora en sentirse.

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