El sexo para mí era una prueba secreta de amor, si me deseaban era porque me querían. Y sentirme querida era lo más importante para mí y hubiera hecho casi cualquier cosa por ese amor.

Aunque sabía que quería una historia de amor alrededor de “perder la virginidad” los abusos habían moldeado mi personalidad y mi forma de relacionarme con el sexo. Mi primera vez fue con mi novio con el que había creado un idilio, era el hombre que más me gustaba en el colegio, hablábamos todo el día y toda la noche, éramos inseparables y queríamos estar juntos por siempre jamás…

Fuimos a su finca con permiso casi notariado de mi mamá y, aunque había sido abusada también había conservado, milagrosamente, el sobrevalorado himen y la idea estúpida de la “valiosa virginidad”.

Yo me imaginaba que íbamos a estar en una cama y nos íbamos a mirar a los ojos eternamente, mientras fuegos artificiales brillaban por la ventana, porque iba a ser de noche con estrellas y luna. La verdad estábamos vigilados por toda la familia casi todo el tiempo y ocurrió en el baño mientras nos lavábamos los dientes. No dimos besos eternos, de esos que calientan toda la sangre, nos manoseamos un rato y él se sentó en el retrete.

Yo había visto porno de ese que no se ve porque no se pagan los canales, pero no tenía idea de qué tenía que hacer este hombre sentado con una pantaloneta en las rodillas y con un pito enorme que yo veía le llegaba al ombligo. Él era otro inexperto, pero viéndolo en retrospectiva sabía más que yo. Me agarró el culo y me intentó encajar en ese gigante que pensé que me iba a atravesar. Con un condón marca Magnum, de los que vienen por tallas, empezó en mí un dolor que me hacía muy difícil disfrutar la mezcla de sentimientos y emociones que se amontonaban en todo el cuerpo. Lo que sigue es borroso, seguro nos abrazamos y juramos amor eterno.

Recuerdo haber sentido mucha vergüenza por no sangrar, mucho miedo de que él pensara que no era virgen y de que toda esta ceremonia que la gente le hace a esa primera vez fuera deslegitimada por no ser una de las genuinas vírgenes sangrantes. Él me abrazó y me sentía totalmente amada y empezamos una carrera como conejos profesionales por la cantidad de veces que lo hacíamos. Siempre encontrábamos lugares: la biblioteca sin libros de un club social, la puerta de un ascensor (para que no se cerrara), el cuarto mantenimiento del mismo ascensor, las escaleras de todos los familiares, la sala de mi casa, la cocina… La adrenalina de ser pillados era un componente vital, nos mantenía totalmente cegados y cualquier lugar era estudiado cuidadosamente para escaparnos una vez más.

El amor eterno murió cuando me cambié de colegio. Ningún arrepentimiento, solo puedo recordar el noviecito y las ganas insaciables con la que lo hicimos todas las veces.

El mito del arrepentimiento por ser el hombre con el que no me casé quedó enterrado para siempre. Más allá de ser especial, el hecho de hacerlo la primera vez, lo realmente maravilloso fue darme cuenta de lo mucho que me gustaba el sexo y el gran cómplice con el que me encontré.

Tuve experiencias antes que hubieran podido hacer mi vida amargada y del sexo una pesadilla. No sé si fue mi decisión o un regalo de la existencia poder disfrutarlo, pero seguro estoy agradecida de que cada vez tengo menos prejuicios, disfruto mucho no sentir temor por no ser virgen ni por saber lo que me gusta y cómo me gusta. La experiencia de disfrutar el sexo con y sin amor hacen que se aclaren mis sentimientos y que pueda vivir con responsabilidad lo que se me da la gana.

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