La soledad es un tema que me obsesiona desde hace décadas. Desde mi primera novela publicada que titulé “Soledad, una colombiana en Madrid”, que salió con Ediciones B, hasta hoy, admito que la soledad es un tema recurrente en mis libros y en mis temas de estudio. Me gusta investigar sobre los solitarios, me conmueven esas personas que han podido mandar al carajo a la civilización y que han preferido vivir solos. Como aquel escritor que, en lugar de irse a escribir a cualquier apartamento de ciudad, prefirió irse a vivir a un faro en medio del mar Cantábrico, y que claro, con todo ese silencio, con todo ese poder de la naturaleza sobre su cabeza, y todo ese desafío, se mandó el libro de su vida, y le llovieron premios encima. No era para menos. Si ya haces una cosa de ese calibre, lo que te puede pasar es que la vida se te abra como un melón; o también que descubras que la soledad es dura, mucho más dura de lo que te habías planteado, y renuncies al faro, y a todo lo que te va a enseñar escuchar tu propia respiración por días, semanas o incluso años.

¿Que cuánto tiempo se puede estar solo sin tener una crisis? Eso depende del tipo de ser humano que seas tú. Hay personas que no consiguen estar solas ni media hora. Que harían casi cualquier cosa (literalmente ir agarradas al baño) para no dar un paso solas. Personalmente este tipo de personas me han dejado ver su horror vacui, su miedo al vacío, su incapacidad para hacer las cosas en soledad, su imposibilidad de desarrollarse y actuar por sí mismos. Ese tipo de gente a mí me agota. Y creo que para ellos un baño de soledad es precisamente lo que les libraría de males mayores, pero tampoco sé cómo se regala soledad, o cómo se prescribe desde la terapia.

Hay personas que lo primero que tendrían que hacer para poder estar en pareja es estar divinamente consigo mismos. Y entenderse, y quererse, y conocerse a sí mismos desde su soledad, no desde su faceta como compañeros de alguien más. Hay muchas personas que están en pareja porque les aterroriza estar solos. Que prefieren estar siempre con alguien, y tener ese ruido permanente, esa presencia constante, porque no tienen ni idea qué pueden hacer cuando están solos. Este tipo de gente es la que encadena parejas sin permitirse una semana en soledad, que nunca, pero nunca, han hecho nada en solitario, y que rellenan su tiempo con distractores, citas, y planes sociales que les hacen disipar cualquier encuentro cara a cara con su soledad.

Sola he aprendido a hacer cosas fantásticas. A mí de pequeña me daba miedo dormir sola. Lo cierto es que como siempre compartí mi habitación con mi hermana, el día que tuve que dormir sola me dio un panic attack y tuve que hacerlo con la luz encendida. Por varios años me pasé durmiendo así, con luz, porque me daba terror saber que no había nadie más en mi cuarto. Sin embargo, a dormir sola se aprende, y de ahí se pasa a coger taxi sola, a comer sola, a ir a cine sola, a cocinar sola, a viajar sola, a ir al teatro sola, a conducir por horas sola, a irse de excursión sola y también a vivir sola.

Escribir es un trabajo en solitario. No se puede hacer hablando con gente, sólo se puede gestar cuando se está solo delante de la libreta o del ordenador.

Vivo sola desde el año 2014. Fue un gran paso para mí, que llevaba compartiendo mi vida con alguien por once años, y esta decisión me marcó como un tatuaje divino. Hoy, casi ocho años después, percibo que no hay nada más rico que vivir sola, y poner la música que me gusta, los podcasts que me gustan, salir con piyama o sin piyama a prepararme el desayuno, y no tener que hablar con nadie por el camino. Cuando estoy sola me gusta hablar con mi perro, que no me contesta con palabras, pero me mira como si entendiera cada frase que le digo. Y su sola presencia me parece mucho más bella que la de un humano.

Adoro mi soledad porque me conduce a pensar mucho mejor, me lleva a hacer cosas que acompañada son distintas, y me permite vivir mi vida de la manera como a mí me gusta. Sé que cuando estoy sola voy a requerir de mayor autodisciplina, porque si no sería muy fácil que todo se volviera caótico, y mi mente dejara de funcionar, y las rutinas se desplomaran. Pero entonces me doy cuenta de que es una maravilla para mí estar sola y gestionar esa soledad, y ser mi propia jefa, y tener mi espacio como a mí me gusta, y mi casa como a mí me gusta, y mi armario como a mí me gusta, y esto lo hago extensivo a mi agenda, a mi tiempo, a lo que leo, lo que veo en la pantalla, el tiempo que le destino a cada tarea que tengo que hacer. A mí me gusta tanto mi soledad que ya soy de las que me la automedico y, si llevo demasiado tiempo en compañía, me empiezo a cansar y prefiero quedarme por un día sola, sin todo ese ruido, sin todas esas opiniones, sin todo ese cacareo que a veces me cansa y me aburre.

Las grandes decisiones de la vida las he tomado estando sola, no estando acompañada, y esto es una enorme lección que puedo compartir. Sé que hay quienes las toman cuando están hablando con sus amigas, con sus socios, terapeutas, coaches o con sus mamás. Esto es útil. Lo que pasa es que nadie puede llevar nuestra vida por nosotros y, si bien nos viene bien que nos ayuden a ver y a analizar nuestras dificultades, somos nosotros los que hacemos nuestra vida, y a ella vinimos solos y la terminamos solos. Y hasta que no entendamos que tenemos que habitar lo que somos en soledad, y que tenemos que explorarnos desde ahí, no podremos conocernos como cuerpo y como alma a nosotros mismos.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.