Retorno a la nueva normalidad asume inconformismo social de la vieja cotidianidad, tradicional se ha vuelto que el día 21 de cada mes concurren en la calle actores del colectivo colombiano promoviendo el odio, atizando la polarización y sembrando el rencor en las capas más jóvenes del País. Protesta ciudadana se desdibuja en la infiltración política que se devela en medio de delgadas coincidencias que se pueden hilar de lo visto en los últimos días, oportunistas burgomaestres a la cacería de show en tarima que da visibilidad mediática; reproche escénico que personifica agentes que dramatizan el dolor, olvido y necesidad, pero orgullosos lucen boinas, camuflados, tapabocas y distintivos, nada ancestrales, que lejos de estigmatizar el movimiento indígena lo liga con la ideología socialista del siglo XXI.

Asociación selectiva de circunstancias, en recurrentes paros nacionales, que quiere camuflar el verdadero objetivo desestabilizador, de sectores humanistas, líderes alternativos, alianzas glaucas o social demócratas, en muestras de dignidad, resistencia y lucha de indígenas y estudiantes a la cara de Colombia y el mundo. Insensatez que concentra la mirada en un juicio político que quieren impulsar contra el Presidente de los colombianos, escenario de confrontación que sirva de gallardete para estructurar un programa de gobierno que encienda el partidor político de cara a 2.022. Desgaste emocional que agudiza la intolerancia que se hace viral en los escenarios sociales y raya el extremo con calificativos de ignorantes, brutos, tercos y ¡porquerías! Evidencia de la rabia e impotencia de los sectores poblacionales a punto de un estallido civil.

El diálogo que debe primar al interior del colectivo está enceguecido por el insulto, delirio de persecución que se acrecienta con el vandalismo e infiltración de grupos armados en cada marcha o congregación ciudadana. Sospechoso es que hechos previsibles y que fueron detectados por las autoridades competentes, en el mes de septiembre, ahora, estratégicamente hacen parte del paisaje para inculpar a la fuerza pública, pues misteriosamente paralizan al ESMAD y desaparece la violencia en medio de la protesta. Golpe de opinión al aparato estatal que tiene su símil en los laboratorios y hectáreas de coca sembradas en los territorios ancestrales y que deben ser intervenidos por el gobierno mientras se exaltan los temas coyunturales de la proclama en la capital de los colombianos.

Base coyuntural de la protesta actual de los indígenas está en aparentes incumplimientos históricos del gobierno, ansias de un decálogo político circunscrito al territorio, la vida en el marco de la paz, y la democracia. Triangulación de factores que obliga a recapitular y refrescar memoria para saber que algo más del 4% de la población, que son ellos, tienen en su posesión 1/4 de las hectáreas que conforman el territorio nacional, matemática simple que desvirtúa el primer propósito; conexidad jurisdiccional con la siembra de cultivos ilícitos que los vincula con grupos al margen de la ley que avivan el conflicto y la desaparición forzada de “líderes sociales” que tanto altera su segundo propósito. Disrupción democrática que, antes que endilgar responsabilidades a la extrema derecha, obliga a prestar atención a la maraña de intereses ocultos que hay detrás del golpe que se quiere asestar.

Alineación con corrientes filosóficas que desde la circunscripción de las minorías quiere atacar la estabilidad republicana de las zonas rurales del País, quebrantamiento social que en el área urbana tiene foco de fogosidad en el gremio sindical que desde Fecode impacta el cuerpo estudiantil de la Nación. Afluencia de pretensiones que sucumbe en la prepotencia, de los referentes de la protesta, que atomiza un proceso de negociación que de solución al pliego de peticiones del Comité Nacional del Paro. Idealización de la realidad, y la verdad que se quiere asumir, legitima y justifica imposiciones y requerimientos intransigentes que a la fuerza quieren propagar en el imaginario colectivo para explicar lo que ocurre en el microcosmos de su totalitarismo mamerto.

Lucha utópica que muestra la incoherencia de los líderes sindicales en el centenar de peticiones que esgrimieron en noviembre de 2.019, puntos  que en un 20% eran inviables fiscal y jurídicamente, 40% estaban en trámite de implementación y el 40% restante entró a un pliego de negociación que el gobierno ha ido atendiendo en medio de la coyuntura pandémica que afronta Colombia. Catarsis social que se ve ahora excitada tácticamente por pregoneros políticos que sin pensar en la reactivación y los rebrotes ponen en riesgo a la ciudadanía, esos mismos que rechazan la alternancia educativa, pero no tienen ningún problema en convocar paros y plantones en este momento. Ira e irritación que tienen programadas para encantar incautos que los acompañen en las 6 actividades que les restan de acá a diciembre de 2.020.

Cinismo político que de frente habla de cambiar el País, icónicos personajes que fungen como luz de esperanza, pero en el fondo recurren a la vieja estrategia del miedo y la instigación para cobrar vigencia de cara a la carrera electoral. Actitud provocadora y desconectada con la realidad nacional que sirve de estandarte para aumentar el descontento social, ejercicio de la democracia articulado desde la agremiación y su reivindicación de derechos que está distante de la exclusión de las minorías a las que recurren para despertar la lástima y el morbo propio de la necesidad poblacional. Doble moral, decadencia, que engatusa desde ‘jugaditas ‘calculadoras para imponer temas y agendas en el flujo informativo, choque de fuerzas que tanto afecta al País y centra la mirada en el imperfecto acuerdo de La Habana y las aristas de su implementación.

Azuzado panorama de la Nación implica leer entre líneas las acciones de la fuerza política colombiana, feroces instigadores en campaña que ahora se vanaglorian con la firma del acta de inicio de obras del metro de Bogotá, las aglomeraciones en la calle o los señalamientos que dividen al colectivo. Oscuros personajes indolentes que despilfarran recursos sin pensar en la situación de crisis que afronta el pueblo colombiano, demagogos con enormes elefantes que dejan dinosaurios al olvido. Miopía que impide ver a distancia para construir una Colombia incluyente que no solo encuentra asociación para hablar de masacres, asesinatos, falsos positivos, persecuciones y judicializaciones. Líderes sociales, opositores políticos y centrales trabajadoras olvidan que su marcha cauto favor hace a las 63 masacres este año, 233 firmantes de Paz asesinados, 220 líderes desaparecidos, la Paz desfinanciada y la crisis laboral y económica que vive el País.

Disputa por representatividad electoral crea una debacle de grandes proporciones, manifestación en las calles, acoplada con la mezquindad de caudillos, donde todo vale y la cizaña prima, solo revela que enreversado es el futuro que espera a quienes están en el medio de la trifulca ideológica. Victoria será comprender que este no es el momento para olvidar las lecciones que deja la historia política colombiana y el legado que ha quedado de las confrontaciones de extremos, liberales y conservadores, hoy personificados por derecha e izquierda; difícil momento que atraviesa la Nación y el mundo pide que la sensatez acompañe el derecho a la protesta, pero también el ejercer un voto consciente que saque de carrera a quienes solo generan el caos por interpuesta persona.

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