Quizá fue por estos tiempos atípicos que nos está tocando vivir (soportar). Quizá porque se cansó de que todas sus amigas hablarán de Facebook y WhatsApp y ella quedará gringa. Quizá tenía reprimido ese deseo de enviar cadenas de oración y videos compulsivamente.
El caso es que mi mamá se hizo a su primer teléfono inteligente. Y le puso un plan de datos pospago. Mejor dicho: le metió todos los fierros a la aventura. Pero, como era de esperarse, no fue idílico al principio. Los primeros días frente a la pantalla del celular fueron, por decir lo menos, frustrantes.
Los que trabajamos o tenemos mucho tiempo ensimismados en esto de la tecnología, internet y dispositivos perdemos mucho de esa palabra que está tan de moda por estos meses: la empatía. Los que nos y se hacen llamar expertos, olvidamos feamente que utilizar aplicaciones, ver videos o siquiera enviar un mensaje por WhatsApp no es sencillo para todos. De hecho, es un lujo de pocos privilegiados.
Usualmente, los gobiernos, las empresas y la mayor parte del mercado concentra sus esfuerzos en el acceso a internet. En otras palabras, las inversiones se concentran en poner la infraestructura necesaria para que la gente se conecte. Y está muy bien. Pero es necesario redoblar esfuerzos, también, en la apropiación.
Cuando hablamos de apropiación se trata precisamente de ese ejercicio que inició hace poco mi mamá: de relacionarse por primera vez con la tecnología y las bondades de la conectividad. Esos primeros momentos son fundamentales porque hay dos opciones: o te engomas o apagas el dispositivo y te quedas con el TV y las llamadas de voz.
Todos tenemos un amigo, familiar o conocido que todavía no se acerca a la tecnología. Por acción o por omisión. Precisamente, esta pandemia de miércoles mostró que la conexión a internet y el acceso a un dispositivo móvil no es algo meramente suntuoso. En realidad, es una herramienta para ser felices, para hablar con los seres queridos. En definitiva, para vivir.
Mi mamá afortunadamente tuvo destrezas para completar el proceso de apropiación. En menos de dos meses, ya tiene cuenta en Facebook, envía análisis políticos por WhatsApp y mira recetas por YouTube (una gran noticia para sus hijos). Seguramente, seguirá evolucionando.
Cuando vi la notificación con el primer post de mi mamá me causó en sentimiento de profunda alegría. Porque completó en muy poco tiempo el periplo de los nuevitos en internet. Pero sobre todas las cosas, porque a sus años de los años se conectará con un mundo de posibilidades que siempre habían estado a la mano.
Sea esta la oportunidad para hacer un llamado a la humildad. Los que estamos de este lado del mundo tecnológico tenemos dos feas costumbres: ver por encima del hombro a los que no tienen las capacidades o las ganas de meterse en este apasionante mundillo y, sobre todo, creer que esto de usar un celular es fácil para todos. Y no.
Un saludo, ma. Que sé que leerá esto y lo compartirá con sus amigas.
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