Es felizmente cierto que la pandemia por el COVID-19 aceleró la transformación digital. Algunos expertos dicen que cinco años, otros más avezados dicen que hasta 10 años. Esto está muy bien. Ahora, lo que no sólo es falaz, sino peligroso, es irse al extremo de decir que todo es susceptible de ser digital.

Uno de los ejemplos más espinosos tiene que ver con los cultos en las iglesias. En tiempos de aislamiento social, casi todas las iglesias encontraron un espacio en internet para continuar con sus ceremonias y encuentros de forma virtual. Pero desde el primer momento han insistido en que seguirán todos los protocolos para poder realizar las liturgias y ceremonias donde corresponde: en los sitios físicos dispuestos para esto.

El caso de las iglesias, más específicamente de los cultos, tiene una sensibilidad que es un tanto compleja. No vamos a darle pie a los troles para los comentarios desobligantes, pero este tema vale la pena analizarlo con tranquilidad. Ir a la iglesia implica una experiencia, una comunidad y una cercanía con temas que son personales y, acaso, espirituales. Y ninguno de estos se puede lograr desde un teléfono o una pantalla.

Por supuesto, la contingencia obligó a las iglesias y a las personas que se congregan a la adaptación. Y hubo buenos resultados. Pero simplemente no es lo mismo. Mejor: no tiene nada que ver. Y es porque la asistencia a una iglesia implica una experiencia, una decisión. En fin, algo que se sale de las lógicas de un algoritmo o de una forma de conectarse. Y eso debe ser respetado.

No vamos a caer en el irrespeto de las redes sociales frente a este tema. Pero sí tenemos que poner sobre el tapete la facilidad con que muchos expertos han llamado a las iglesias para que sigan en su modelo virtual porque, dicen ellos, “todo puede ser digital. Todo puede ser virtual”. Y no. No todo puede ser virtual. No todo puede ser digital. No todo es susceptible a la transformación digital.

Ahora, y que quede bien claro, esta no es una solicitud de reapertura de las iglesias. No corresponde a este espacio. Es un tema sanitario, regulatorio y Ejecutivo. El tema acá es que se está conformando un sector en la opinión pública que considera que todo puede ser digital. O por lo menos asume que todos deber y quieren trasladarse a la virtualidad.

Y si se tiene que repetir mil veces, mil veces lo vamos a repetir. Las experiencias no se pueden ni digitalizar, ni virtualizar. A riesgo de hacer un homenaje no deseado a Paulo Coelho, es necesario insistir que ni los recuerdos, ni las experiencias, ni las alegrías son susceptibles de la digitalización acelerada. Quizá los negocios, las empresas, las transacciones, sí. Pero la interacción entre unos y otros ¡entre seres humanos! es simplemente irremplazable e inmodificable.

Estamos siendo testigos de una suerte de diáspora digital. Es un movimiento que parece masivo. Que todos tenemos que ir corriendo, empujados, gústenos o no, hacia la tecnología, hacía internet, hacia lo digital. Entramos, entonces, en el campo de la imposición. Muy pocas cosas funcionan desde la imposición. No echen más cuentos.

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