Hace muchos años vivió un niño llamado Salomón. Su mayor sueño era ser humano. Mucho le habían contado a él de esa experiencia. Anécdotas difíciles, fuertes, emocionantes, llamativas y llenas, llenas de aventuras.

En el planeta que él vivía, solo había un ser humano. Al que se le conocía con el nombre del Narrador.

El narrador era un hombre muy vital, anciano sí, pero lleno de energía. Su cuerpo era liso y grande, no tenía ningún tatuaje a diferencias de los Mordoi (Habitantes de Lexún, el planeta donde vivía Salomón).

Salomón soñaba con ser humano, sin embargo, todos sabían que serlo era algo muy doloroso. Pasar por esa experiencia significaba caminar por el puente de la vida y renunciar a todo lo que se es, puesto que cada paso te apartaba de lo que creías ser. Salomón estaba decidido. Iba renunciar a su vida, a su bienestar eterno, por experimentar y ser también ‘El narrador’.

Un día en la noche mientras el frío pegaba en su ventana. Decidió salir de su casa montando a Kaligan, su lechuza-ratón. Salomón así, se dirigió donde ‘el narrador’ quien amablemente lo atendió.

Tan solo tardaron 10 minutos y fueron tan contundentes las palabras de Salomón, que el narrador sin chistar le dio la llave del ‘Gran puente’. En tiempo de los Mordoi, pasar por el puente era una cuestión de 1 hora, en tiempos humanos eran 100 años. (Cada 15 minutos representaba una prueba con cada guardián, lo que eran en sí, 25 años humanos.)

El tránsito o la experiencia era una cuestión de preguntas y respuestas. Los guardianes de la humanidad, llamados ‘Los elementales’ hacían preguntas al individuo, capaz de reconocer sólo en el símbolo de las respuestas, la capacidad de vivir, o de sobrellevar la vida humana. Una vez superadas las preguntas, el Mordoi podía explorar su experiencia como humano, pero este a su vez, tenía una dificultad: El Mordoi tenía la posibilidad de perderse en la experiencia, de olvidarse de sí mismo, de olvidar que era un Mordoi, y nunca volver para ser el narrador.

Cada pregunta respondida podía posibilitarle tener la experiencia humana, y solo el responderla se podía contactar con ese que Salomón desconocía.  A él no le importo. Así que una vez con la llave del ‘gran puente’ entró.

Una espesa neblina acariciaba el lugar. El piso se volvía ligero y el se sentía levitando. Nunca antes había tenido esa experiencia. Después de caminar un tiempo una mujer de blanco se le presentó.

Soy la dama blanca, la reina de lo ligero y la diversión. Dime querido ¿ Para ti que es vital? – A lo que salomón respondió: “No sé qué es vital, pero lo que pienso es que son las ganas de jugar , de vivir, de caminar ligero como lo hago ahora.” En ese momento, al terminar Salomón, sintió aire en su cuerpo, supo entonces que podía inhalar y exhalar, que se sentía ligero haciéndolo.

También en ese momento escuchó voces, veía imágenes, supo entonces que:

Esa es tu mente, y te servirá para crear tu vida– Dijo la dama blanca, desvaneciéndose en el espacio.

Salomón siguió caminando y se encontró con un caballero de armadura plateada. De su cabeza se erguía un yelmo con escamas y de su tronco salía una cola de sirena.

Soy tu corazón, soy el gran guerrero ¿ por qué estás aquí?. ¿ Preferirías ver morir a tu familia que no convertirte en ser humano? Dijo el gran guerrero. – Sé que amo a mi familia, pero algo que tengo seguro en el mundo es hacer lo que quiero, y en esta ocasión quiero ser humano- Respondió Salomón.

Te dolerá, lloraras y ríos de sangre saldrán por tu cuerpo. ¿Aún así lo deseas?

-No sé qué es dolor, solo quiero ser humano, respondió Salomón.

En ese momento un tic tac empezó a bombardear en su cuerpo. En ese instante supo que tenía corazón. Ya con la adrenalina de su cuerpo, siguió, y en la última puerta encontró a un hombre y una mujer.

Ambos empuñaban un puñal en la mano, y ambos al unísono dijeron: Para ser humano debes morir. Para ser humano debes ser valiente. Tener coraje, y ser paciente para que veas como tu cuerpo se consume y el fuego de la muerte te abrazan. Solo así podrás ser humano. ¿tienes fe? Preguntó la mujer. ¿Trabajarás persistente y entenderás que todo tiene su tiempo?  Dijo el hombre.

-Yo soy lo que soy– Respondió Salomón.

Al decirlo su conciencia, las puertas de metal que estaban detrás del hombre y la mujer se abrieron, una luz de color violeta empezó a cegar a Salomón, y poco a poco, empezó a marearse; solo veía  estrellas, se sintió perdido, y cuando paso un poco tiempo ( no sabemos cuanto) todo se hizo negro. Supo entonces, que había llegado. Era un lugar oscuro. Era un vientre.

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*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.