La vida se manifiesta como una batalla por comer. Como una supervivencia que se no entiende. O como un juego que nos han “obligado” a jugar.  Vamos creciendo sin entender quienes somos, por qué estamos aquí, y en la medida que pasa el tiempo, decidimos optar por dejar de preguntar. No hay de más. Hay que jugar o jugar.

Cuando somos adolescentes, estamos en un tiempo de cambio, de transición, en un tiempo donde cambia nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestra emoción y hasta nuestro espíritu: ¿Hasta cuando se acaba la adolescencia?  No sabemos.

A pesar de que la ciencia lo determina hasta que llega la adultez y el cuerpo se ha desarrollado, lo que venimos a trabajar acá, es el entendimiento de un ser humano que tiene muchos personajes dentro de sí: un niño interior, un padre, un adulto, un abuelo, y entonces por qué no, un adolescente.

Vivimos cambiando todo el tiempo. Vivimos replanteando nuestro acuerdos, o muchas veces, hacemos una pataleta por resistirnos al cambio. Somos adolescentes cuando dudamos de nosotros, o cuando nos vamos desconfiados y nos estrellamos con el mundo sin ver al otro. Somos adolescentes porque no sabemos escuchar. No sabemos ver. No sabemos amar aún creemos hacerlo.

Pero bueno, no quiero que nos demos látigo por nuestro adolescente, sino por el contrario, que lo veamos, lo reconozcamos, lo abracemos y le hablemos. Si eres tu quien está leyendo esto, y tiene 15, 16, 28, 45, 60, 75 años, no importa, sigues siendo adolescente, y es importante que lo sepamos.

Cuando sabemos que un adolescente habita dentro de nosotros, podemos usarlo como herramienta para transitar entre la obligación y el disfrute. Podemos entonces organizarnos y tener un tiempo para aquellos juegos que nos gustaba a esa edad.

Podemos así entender que la vida no es un camino de reglas inamovibles, sino que también, así como cuando nuestros padres no nos dejaban salir y nos escapábamos o hacíamos pataleta hasta que nos dejarán salir, así mismo nos podemos enfrentar a la vida, con una fuerza de cambio.

Durante este tiempo quiero que te observes, que identifiques tu adolescente, que le des un nombre, y que le escribas una carta. Esa relación con él, te va permitir entender, que aún así ya hayas pasado por ese proceso, o lo estés pasando, como seres humanos acompañamos y cargamos con nuestros personajes  toda la vida. Somos niños y niñas, somos hombres, somos mujeres, somos adolescentes siempre.

¿Qué necesidades tiene ese adolescente? ¿Qué quieres hacer? ¿Qué es lo que más le gusta? ¿Tu, hombre, mujer adulto, has suplido las necesidades de tu adolescente interior? Reflexiona en el texto, y nos hablamos luego. Un abrazo desde el corazón. 

Sígueme en Twitter y en Instagram como @IgorKronfuz.

Columnas anteriores

‘El loco’: el primer camino para ser feliz

‘El mago’: una oportunidad para sentir

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.