Navegar por el río Bogotá hoy es posible, al menos en el tramo que hay en inmediaciones de la calle 80, el cual hoy se puede recorrer en lancha. Si bien el anuncio se hizo este año para mostrar avances en la recuperación del afluente, lo cierto es que aún falta mucho para rescatarlo de la contaminación.

Salvar el río es una obligación que recae sobre los 46 municipios ubicados en su cuenca y varias instituciones, por orden de una sentencia del Consejo de Estado (que ratificó en 2014 un fallo del Tribunal de Cundinamarca). No obstante, la tarea no ha sido fácil y se demora.

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Además de requerir una gran inversión, se necesita coordinación entre todos los involucrados y al menos tres generaciones para devolverle la vida.

Esto es lo que se puede proyectar, si se analiza el ejemplo del río Sena, en París, donde se comenzó a hablar de su descontaminación desde los años 60 y solo hace pocos años se empezó a documentar el regreso de especies a sus aguas. O el Támesis, en Reino Unido, sobre el que se iniciaron acciones desde 1964 y en el que aún se trabaja para eliminar plásticos y otros desechos, que hoy vuelven a amenazar la fauna.

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En el caso del río Bogotá, aunque se adelantan acciones similares a las aplicadas en ríos europeos, apenas están empezando. En este proceso la CAR ha priorizado la adecuación hidráulica del afluente (del que han sacado más de 8 millones de toneladas de residuos) y la siembra de 85.000 árboles. Pero la apuesta más grande está en la construcción de 20 Plantas de Tratamiento de Aguas Residuales (PTAR) en 20 de los municipios sobre la ronda, para descontaminar las aguas negras antes de verterlas al río, proceso que está demorado.