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La noche del lunes en El Rodadero, Úrsula María Schmitz Rasch caminaba por la carrera cuarta, rumbo al centro comercial Arrecife. Había llegado a Santa Marta con su esposo para disfrutar de unas vacaciones en el Caribe. Iba tranquila, al lado de su pareja confiada, sin imaginarse que la imprudencia de un mototaxista le costaría la vida.
Cuando intentó cruzar la calle, una moto a toda velocidad la sorprendió. Un motociclista, sin importarle la luz roja del semáforo, se abalanzó sobre la vía y la embistió con violencia. El impacto la lanzó contra el pavimento. Quedó allí, tendida, con graves heridas en la cabeza, el pecho y la cadera, mientras el responsable, sin detenerse a ayudarla, aceleró y desapareció de la vista de todos.
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El caos se apoderó del lugar. Testigos corrieron a auxiliarla y llamaron a una ambulancia. Úrsula aún respiraba cuando los paramédicos llegaron y la trasladaron a una clínica privada de la ciudad. Allí, los médicos hicieron todo lo posible por salvarla, pero las heridas eran demasiado graves. Dos días después, falleció.
La noticia golpeó con fuerza a su esposo, quien nunca imaginó que aquel viaje soñado terminaría con la peor de las despedidas. Ahora, debe regresar solo a Alemania, con el dolor de perder a su compañera en una ciudad que dejó de ser un paraíso para convertirse en el escenario de una tragedia.
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El caso de Úrsula no es aislado. Santa Marta, se ha convertido en una ciudad donde la imprudencia vial cobra vidas de manera constante. A diario, motociclistas desafían las normas de tránsito, poniendo en riesgo no solo su seguridad, sino también la de peatones y conductores.
Mientras el responsable sigue prófugo, la muerte de Úrsula deja una pregunta sin respuesta: ¿Cuántas vidas más se perderán antes de que la ciudad enfrente con seriedad el desorden y la falta de cultura vial?
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