El sujeto dijo ante la Justicia Especial para la Paz (JEP) cuál fue su papel en 2008, cuando lo contactaron para llevar jóvenes a Ocaña, Norte de Santander, y que el Ejército los hiciera ver como guerrilleros caídos en combate.

Inicialmente, dijo delante de las madres de las víctimas y de 10 exmilitares procesados por el mismo hecho que procedió por dinero, pero que después los propios uniformados lo amenazaron de muerte y debió continuar en esas prácticas.

“Me declaro culpable de haber traído personas de Soacha, Bogotá, Gamarra, Aguachica, Bucaramanga, para entregárselas al Ejército Nacional para que las asesinaran”, apuntó en principio.

Y detalló que fruto de su actividad debió trastearse de Soacha a Ocaña, donde oficiales le ayudaron a comprar una vivienda que servía como centro de operaciones.

“Los muchachos llegaban hasta mi casa, algunos miembros del Ejército que estaban ahí y se los llevaban”, reveló.

Acto seguido se dirigió a las mamás de los caídos asumiendo sus culpas: “Soy más responsable por saber lo que iba a pasar con sus seres queridos… Después me pidieron convencer a más personas de Gamarra, Aguachica y Bucaramanga, las traje y se las entregué a los militares”.

Luego, vino su frase más desgarradora:

“No les puedo regresar a sus hijos, pero sí les puedo decir la verdad”.

De hecho, aseguró que colabora a pesar de que muchos no quieren que siga hablando: “Los soldados intentaron matarme para que me callara porque yo era el que más sabía de estos casos”.

Posteriormente, mostró su arrepentimiento: “Me dejé llevar de que me iban a matar, pero hubiera sido mejor que me mataran porque pude haber evitado muchos asesinatos del Ejército”.

Finalmente, pidió perdón a su propia familia: “A mis hijos, que me perdonen por tanto dolor… Una madre me preguntó que si yo tenía plata, pero ese es el peor dinero de mi vida, maldito, me destrozó a mí y a mi familia”.

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