Después de un breve repaso de los señalamientos que el expresidente y senador del Centro Democrático ha hecho contra varias personas en diferentes momentos, Álvarez, candidato a doctor del Departamento de Culturas Latinoamericanas e Ibéricas de la Universidad de Columbia, de Nueva York, comienza por calificar como “vorágine incendiaria” el decir del jefe del uribismo.

Álvarez se concentra en la expresión “Sicario… Sicario… Sicario…”, que le dirigió Uribe a Petro durante una discusión en el Congreso por las objeciones del presidente Iván Duque a la ley estatutaria de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), y la analiza detalladamente, en un ejercicio que ya conoce, comoquiera que es autor del ensayo ‘La palabra y el fuego: insulto, política y cultura en la historia de Colombia’ y del libro ‘Insulto. Breve historia de la ofensa en Colombia’ (Seix Barral).

Álvaro Uribe y Gustavo Petro

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“La pausa controlada luego de declarar aquello que sabe es una señal antidemocrática inaceptable; el tempo y el volumen exactamente iguales entre una y otra repetición; la mirada fija, sobre su presa, mientras enuncia, una mirada que no consigue ser mordaz porque brilla en exceso”, escribe Álvarez en el diario español sobre la actitud de Uribe en este caso. “Entonces comprendí: lo que ocurre en este último agravio de Uribe es la actuación sonora de algo que no quiere agotarse en palabras”.

“Allí suena, allí se escucha, en el esmero escalofriante con el que pronuncia el sustantivo tres veces, el ánimo de quien golpea; la conciencia rítmica de quien domina el sonido de sus palabras como amenazas de terror”, sigue Álvarez. “Por eso es escalofriante: porque Uribe sabe, puede leerse en la expresión de su rostro enajenado en odio, que no está insultando al repetir tres veces el sustantivo ‘sicario’; está cruzando la raya que quiere cruzar a partir del uso impune de un artilugio sonoro. Su discurso público ha sido el cruce impune de límites que van más allá del insulto”.

Después, se detiene solo en la palabra ‘sicario’ para analizarla a partir de como la pronunció el expresidente, y, de paso, dedica una reflexión a la senadora Paola Holguín. “Luego, de inmediato, allí en el mismo encuadre, al tiempo que suena el último si – ca – rio, el brote de la sonrisa radiante de la senadora Paola Holguín, autora y defensora de la valla infame para difamar a la JEP, una sonrisa que es la metáfora cruel de lo que seguimos empeñados en convertirnos: especies que ríen cuando presencian la actuación sonora de un deseo de muerte”.

Álvaro Uribe, Ernesto Macías y Gustavo Petro

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Agrega que en lo dicho por Uribe se pueden distinguir “artilugios sonoros”, se pueden “comprender, con escalofrío y horror, la manera en que el expresidente ejerce el dominio de sus sonidos en clave de amenaza”, se puede oír, “al fin y con fatiga, la violencia acústica en las entonaciones sicÁrio… sicÁrio… sicÁrio…”.

“Y tal vez, en el manejo diestro de ese espectro audible, en los artilugios sonoros impunes que se permite, en la manipulación de los linderos de la sintaxis enredadora, en la prédica de tono y timbre de padre frenético, habita el núcleo del disturbio: una máquina especializada en emitir el principal ruido que impide el discurrir del debate democrático franco en Colombia; una máquina diestra en ensordecer”, dice Álvarez.

Pero, con todo esto, ¿qué es lo que suena cuando suena Uribe? Álvarez se hace esta pregunta, y él mismo la responde: “Lo que suena cuando suena Uribe, creo empezar a comprender, es el espectro audible de nuestra historia reciente de violencia”.