Caballero criticó en su espacio de opinión en la revista Semana lo que llama la tormenta de mojigatería que han provocado los recientes escándalos sexuales en el mundo y a los protagonistas de estos escándalos (presidente de EE.UU., periodistas, congresistas, presentadores de televisión) por no ‘saber pedirlo’.

A las mujeres objeto de esas peticiones les reprocha no saber no darlo. Para Caballero, sin guardar las proporciones se ha pretendido incluir dentro de la categoría de abuso sexual cosas que en realidad no lo son y que eso termina banalizándolo (volverlo superficial, poco importante) y disculpándolo.

Sin embargo, Ruiz dice en su columna que Caballero se equivoca porque “no es lo mismo el juego de la seducción que el acoso. […] Es cierto que no se puede comparar una manoseada con una violación y que no se puede satanizar la conquista, pero se necesita haber sentido el asco y la rabia cuando te ponen encima una mano que no quieres ni buscas para entender que el abuso no es solamente el acceso carnal”.

Pero no se queda ahí: para reforzar su argumentación, confiesa que ella misma fue víctima de acoso y manoseo en dos oportunidades. “Por eso hablo en causa propia y en nombre de miles de mujeres que hemos sentido esa rabia, ese asco, ese miedo y, aunque suene absurdo, esa vergüenza. Porque cuando una mujer es víctima de abuso termina sintiendo culpa y ni siquiera se atreve a denunciar”.

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“Sí puedo decir que no se exagera cuando se llama acoso a las agresiones que vivimos muchas todos los días cuando alguien en situación de poder nos agrede buscando sexo sin nuestro consentimiento”, continúa Reyes. “Se le olvida a Antonio que en la mayoría de los casos es un jefe, un superior, alguien que abusa de su condición para conseguir lo que no es capaz de lograr en franca lid. Por lo general los abusadores son pésimos seductores incapaces de abordar a una mujer sin recordar de alguna manera su poder”.

Ruiz-Navarro, por su parte, dice que Caballero “se las tira de frentero para soltar sin pena una misoginia que toda Colombia sospechaba, pero que no había pelado el cobre”, y resalta que esa misoginia se le nota al columnista “cuando dice que las mujeres denunciamos el acoso ‘como por contagio epidémico’, como si no tuviéramos agencia alguna para reclamar nuestros derechos, somos solo unas repentinas quejosas”.

“Las mujeres siempre hemos odiado que hombres manilargos poderosos pueden arruinarnos la vida si les negamos sexo, esos que nos hacen comentarios inapropiados en el coctel mientras nos ponen la mano en la cintura y nosotras sonreímos incómodas”, añade esta columnista. “Lo estamos diciendo ahora porque muchas luchas de los feminismos nos han traído a un punto en que por fin podemos decirlo en voz alta: no somos cosas, ni enchufes, ni un buffet para sus apetitos y no nos gusta que nos sexualicen o nos toquen sin nuestro consentimiento”.

Un día antes, García De La Torre escribió en El Tiempo que Caballero “peca al decir que un toqueteo no es violación, tergiversando de forma irresponsable las denuncias hechas en contra de Trump y de tantos otros depredadores sexuales”, y lamenta que “un columnista reconocido por su rigor investigativo, por su progresismo, por su humanismo y por su agudeza y sensatez haya caído en semejante caricatura del típico macho latino que se carcajea de su propio machismo rascándose la panza con una mano y agarrando una garrafa de aguardiente con la otra”.

Para ella, la columna de Caballero “es, en sí, un ataque al altísimo porcentaje de mujeres que han sido víctimas de violación sexual, de acoso sexual, de manoseo, no solo en el contexto de Estados Unidos […] sino de Colombia, donde los ataques contra las mujeres son pan de cada día”.

Y remata calificando de “ofensiva” la actitud de Caballero. “Es comprensible que en la generación de Caballero todavía sobrevivan algunas de estas alimañas anacrónicas. […] De modo que si bien Caballero fue punta de lanza de la revolución de izquierda en los años 70, no deja de ser parte de esos cachacos de raca mandaca, convencidos de que toda denuncia de abuso sexual o acoso es pura paranoia de ‘mujeres quejosas’”.