Un amor no correspondido, un mandatario despechado y una carta que no llegó a su destinatario protagonizaron una guerra que duró 121 años, en la cual nunca se disparó una sola bala y las partes involucradas ni siquiera estaban enteradas del macondiano conflicto entre Colombia y Bélgica.

Aunque no hay documentos que lo validen históricamente se asegura que en 1867 el militar y político colombiano José de los Santos Gutiérrez (1820-1872) envió una carta al Reino de Bélgica en la que la entonces la provincia de Boyacá, una de las siete que conformaban lo que hoy es Colombia, le declaraba la guerra.

Los motivos de tal determinación no fueron políticos ni mucho menos económicos, fue por amor o mejor, por despecho.

Para explicar semejante quijotada hay que echar el tiempo atrás. Gutiérrez, nacido en la población de El Cocuy (Boyacá), fue un destacado político liberal y como militar combatió en varias guerras civiles del país.

Siendo muy joven fue seleccionado para formar parte de un grupo de colombianos que fueron a la Universidad de Lovaina (Bélgica) a estudiar leyes y allí, Gutiérrez conoció a Josefina Harboot.

La leyenda dice que la relación no prosperó porque los padres de la joven se opusieron a la unión y también porque ella no correspondió del todo a los galanteos de Gutiérrez.

El joven abogado no hizo caso de nada e incluso se embarcó en los preparativos de una boda que jamás se realizó porque los padres de la novia no estaban dispuestos a que su hija viajara más de 8.000 kilómetros a Boyacá, una tierra perdida en las montañas de Suramérica de la que poco o nada sabían.

En contra de sus deseos, Gutiérrez tuvo que regresar a Colombia sin su amor, pero con la idea de que semejante ofensa no se quedaría así.

Lee También

Carta de Boyacá a Bélgica no llegó para armar guerra en Colombia

Gutiérrez tuvo una dilatada carrera política que lo llevó a ser presidente del Estado de Boyacá y de los Estados Unidos de Colombia entre 1868 y 1870, recordado como uno de los más radicales.

Estando en el poder, y en un momento en el que cada provincia era autónoma y el país era federado, Gutiérrez remitió una carta a Bélgica declarando la guerra al país europeo. Sin embargo, la misiva nunca llegó a su destino debido al mal servicio de los correos de la época.

“Lo que ocurrió en este episodio, que no está documentado, es que representa realmente las consecuencias de los gobiernos provinciales y el feudalismo anárquico que se vivió en la Colombia del siglo XIX”, explica a Efe el abogado e historiador Hernán Olano.

Firma de paz entre Boyacá y Bélgica

Olano, miembro de la Academia Boyacense de Historia, señala que si bien es cierto que no se tiene la carta en la que supuestamente se le declaró la guerra al Reino de Bélgica, sí existen pruebas documentales de la firma del armisticio.

Ese paso para acabar la guerra se dio en mayo de 1988 y lo encabezó el embajador belga de entonces, Willy Stevens, quien conformó una comisión de honor con varios embajadores, entre los cuales se encontraban el de Bolivia y el de Uruguay. Otros dicen que también estuvieron los de Holanda (ahora Países Bajos), Líbano, Marruecos y China.

De esta forma, el 28 de mayo de 1988, es decir hace 35 años, y con la asistencia de esas delegaciones se firmó el tratado de paz entre el Estado de Boyacá y Bélgica con el entonces gobernador de Boyacá, Carlos Eduardo Vargas Rubiano.

El viaje, rememora Olano, fue en tren, con paradas en varios lugares de Boyacá, todo en medio de música y comidas de la región y con la asistencia de algunos medios de comunicación que informaron del particular hecho.

Incluso se realizó una boda simbólica en la localidad de Paipa en la que se hicieron “unos monigotes grandes de trapo, hubo anillos de tela, uno para el novio y otro para la novia”, detalla el historiador.

Además de lo informado por los periódicos, también existe un documento sonoro con una parte del discurso del embajador Stevens donde dice que en esa “guerra jamás ha dado lugar un solo tiro”.

Esta guerra transatlántica librada silenciosamente y sin balas ha sido la contienda más larga en la que ha estado envuelto el país. Por fortuna, no costó la vida a nadie.