
Jhon Freddy Rodríguez Sandoval, patrullero de la Policía Nacional, lleva casi dos años en estado vegetativo luego de resultar gravemente herido por una papa bomba durante enfrentamientos entre encapuchados y la fuerza pública en la Universidad Nacional de Colombia. El hecho ocurrió el 8 de junio de 2023, cuando el entonces integrante del Escuadrón Móvil Antidisturbios (SMAD), hoy Unidad de Diálogo y Mantenimiento del Orden (UNDMO), fue impactado por un artefacto explosivo casero a la altura del hombro derecho.
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Desde entonces, su vida y la de su familia dieron un giro total. El uniformado de 33 años no camina, no habla y requiere atención permanente.
“Solo responde con suspiros o cerrando los ojos cuando le mencionamos recuerdos de su infancia”, cuenta Freddy Rodríguez Peña, su padre, quien junto a su esposa se ha convertido en su principal cuidador.




Según relató a medios como Q’hubo, Caracol Radio y Noticias RCN, tras la explosión, Jhon Freddy fue declarado clínicamente muerto por siete minutos y reanimado tres veces. Las secuelas lo dejaron con una afectación cerebral severa, lesiones pulmonares y daños físicos irreparables.
“Del hombre fuerte y deportista que era, solo queda el recuerdo”, expresa su padre con profunda tristeza.
La familia Rodríguez Sandoval, oriunda de Ciénaga, Magdalena, se trasladó a Bogotá para atender la recuperación del patrullero. Inicialmente, vivieron en el Club de la Policía, pero actualmente residen en una casa fiscal en el sur de la ciudad, la cual, aseguran, no es adecuada para el estado de salud de su hijo. “Bajarlo del segundo piso para las citas médicas es una odisea”, denuncian.
Los padres también afirman que, tras el alta médica, les han sido negadas terapias de rehabilitación, pues los especialistas consideran que no hay posibilidad de mejora. Sin embargo, ellos no pierden la esperanza. “Nos llaman locos, nos dicen que vayamos al psicólogo, pero creemos que él puede recuperarse con terapias”, afirmaron.
A pesar del acompañamiento inicial, aseguran que actualmente no cuentan con el apoyo necesario de la institución policial. Necesitan, entre otras cosas, una silla neurológica especializada y una dieta estricta para garantizar su salud. “Nuestros médicos somos nosotros mismos”, afirma su padre.

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Su familia se niega a volver a Ciénaga, argumentando que en Bogotá al menos cuentan con ciertos servicios médicos, mientras que en su pueblo natal la atención sería aún más precaria. “No queremos correr ese riesgo”, afirman.
Además del dolor físico, queda una herida emocional profunda. “Nos duele pasar frente a la Universidad Nacional y ver nuevos enfrentamientos. Visualizamos a nuestro hijo reviviendo esa escena. Sentimos que quienes participan en esas acciones no luchan por nada real, sino que están siendo usados”, concluye el padre, antes de volver a cuidar de su hijo, quien, a pesar del diagnóstico, sigue aferrado a la vida.
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