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El desperdicio alimentario en Colombia supera dimensiones preocupantes y en Bogotá se manifiesta de manera particularmente severa. De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, 2024), el país pierde cerca de 9,76 millones de toneladas de alimentos por año, lo que corresponde al 34 % de su producción destinada al consumo humano. La capital aporta 1.228.000 toneladas a esta alarmante cifra, y la mayor parte del desperdicio se da en las etapas iniciales de la cadena: producción agropecuaria (40,5 %), poscosecha y almacenamiento (19,8 %), procesamiento industrial (3,5 %), distribución y retail (20,6 %) y, finalmente, los hogares (15,6 %). Estas cifras han llevado a la creación del Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos el 29 de septiembre, impulsado por la FAO, con el objetivo de sensibilizar sobre las consecuencias sociales, económicas y ambientales de desechar comida en buen estado.
En Bogotá, la respuesta institucional ha sido la promulgación, en 2019, del Acuerdo 753, que delimita rutas para evitar la pérdida y el desperdicio de alimentos acorde con la Política Pública de Seguridad Alimentaria y Nutricional. Esta política se traduce en campañas como ‘Yo contribuyo, no pierdo ni desperdicio alimentos’, diseñadas por la Alcaldía de Bogotá para movilizar a la ciudadanía hacia hábitos de consumo más responsables y sostenibles. Destaca además la estrategia ‘Cocina Sin Huella’, desarrollada por la Secretaría Distrital de Integración Social (SDIS) en los Centros Integrarte, que aplica principios de agricultura urbana y cocina de aprovechamiento integral. Aquí, los residuos como semillas y cáscaras se transforman en productos útiles, fortaleciendo el enfoque de economía circular y reduciendo la cantidad de desechos generados en la ciudad.
El problema trasciende el ámbito local: el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) estima que a nivel mundial se desperdicia un tercio de los alimentos producidos, responsable de entre el 8 y el 10 % de los gases de efecto invernadero. En América Latina, un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID, 2023) atribuye el agravante en la región a limitaciones de infraestructura y fallas logísticas, lo que hace urgente la replicación de experiencias exitosas como las de Bogotá, que combinan políticas públicas con innovación y participación comunitaria para mitigar las pérdidas alimentarias.
El vínculo entre desperdicio alimentario y seguridad alimentaria es igualmente relevante. ‘Bogotá Sin Hambre 2.0’ ofrece atención alimentaria en 132 comedores comunitarios y promueve la educación nutricional y la autonomía, impartiendo espacios pedagógicos llamados ‘Saber, estar y sentirse bien’. La meta es generar prácticas sanas y sostenibles, mejorar la calidad de vida y reducir la dependencia alimentaria.




Artículos recientes en la revista Food Policy (2024) destacan que la reducción del desperdicio requiere intervenciones coordinadas: mejorar las tecnologías de la cadena alimentaria, impulsar cambios culturales en el consumo y afianzar políticas públicas e inclusión ciudadana. Bogotá ejemplifica un enfoque integral: une actores del sector público, privado y comunidades, y adapta las intervenciones según sus realidades socioeconómicas, como señala la FAO (2023). El debate futuro gira en torno a fortalecer redes colaborativas y ajustar las estrategias a la diversidad urbana.
Así queda claro que, aunque el desafío en Colombia es enorme, Bogotá demuestra que transformar el desperdicio alimentario es posible mediante acciones decididas, creatividad y articulación institucional, consolidándose como referente regional de resiliencia alimentaria y sostenibilidad.
¿En qué consiste la economía circular aplicada al desperdicio alimentario?
Este concepto, presente en estrategias como ‘Cocina Sin Huella’ impulsada por la Secretaría Distrital de Integración Social, consiste en repensar el ciclo de vida de los alimentos y subproductos. En lugar de desechar semillas, cáscaras y otros residuos, estos se aprovechan y transforman en objetos o insumos funcionales. Esta visión se opone al modelo lineal tradicional y busca reducir el impacto ambiental, fomentar el uso eficiente de los recursos y fortalecer las comunidades. Al aplicar la economía circular, la ciudad de Bogotá no solo disminuye los residuos, sino que también promueve comportamientos sostenibles y responsables, alineándose con las recomendaciones de entidades internacionales como la FAO.
¿Por qué es relevante la participación comunitaria en la reducción del desperdicio alimentario?
El involucramiento directo de la ciudadanía es central para generar cambios efectivos. Según las iniciativas ‘Yo contribuyo, no pierdo ni desperdicio alimentos’ y los encuentros formativos del programa ‘Bogotá Sin Hambre 2.0’, la educación y la práctica cotidiana son determinantes para modificar patrones de consumo y reducción de desperdicio en los hogares. Además, la interacción comunitaria aporta un enfoque inclusivo, multiplica el alcance de las políticas y permite adaptar las soluciones según las particularidades de cada barrio o grupo social. Así, la colaboración ciudadana fortalece la efectividad de las políticas públicas y propicia una cultura de sostenibilidad a largo plazo.
* Este artículo fue curado con apoyo de inteligencia artificial.
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