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La estrella del pop estadounidense Taylor Swift acaba de dar un gran golpe al comprar los derechos de sus seis primeros álbumes. Se trata de un acto tanto militante como económico, que ilustra un profundo cambio en la relación de fuerzas entre los artistas y las discográficas.
La industria musical, que el año pasado movió 30.000 mil millones de dólares, se ha basado durante décadas en un desequilibrio estructural: a cambio de la financiación de su producción, los artistas suelen ceder las grabaciones originales de sus canciones a las discográficas. Sin embargo, son precisamente estas grabaciones las que generan la mayor parte de los ingresos: ventas, streaming, colocaciones en anuncios o en películas. Cada vez que se difunde una canción, es el titular de los derechos quien cobra, rara vez el artista.
Taylor Swift, pionera de un nuevo modelo
En 2019, todo cambió para Taylor Swift. Cuando finalizó su contrato con su antigua discográfica, descubrió que sus masters habían sido revendidos sin su consentimiento. En respuesta, decidió regrabar sus antiguos temas, una estrategia que le permitía el hecho de seguir siendo titular de los derechos de autor (letra y melodía). El resultado: las nuevas versiones tuvieron un gran éxito comercial y eclipsaron progresivamente a las originales, generando nuevos ingresos bajo su control. Pero esta solución tiene un coste: regrabar álbumes requiere importantes recursos. Por eso, paralelamente, Taylor Swift optó por otra estrategia más radical: recomprar los derechos de sus primeros álbumes. Una operación costosa —las estimaciones hablan de cientos de millones de dólares— pero que le garantiza el control total de su obra.
Hacia la emancipación económica de los artistas
El caso de Taylor Swift no es aislado. En 2022, Kanye West también compró sus masters a Universal gracias a un préstamo de cien millones de dólares. Otros, como Paul McCartney, no pudieron impedir la venta de su catálogo a otras editoriales. Este movimiento revela una creciente toma de conciencia por parte de los artistas: la propiedad intelectual de sus obras es una palanca para la independencia artística y una importante baza económica. En el futuro, la cuestión de los derechos podría plantearse desde la firma de los primeros contratos. Una evolución que podría cambiar profundamente las reglas del juego en el sector musical.
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