El papa Francisco afirmó recientemente en una entrevista publicada en el diario español ABC que “no se le había ocurrido tocar” un posible estatuto sobre la figura de un papa emérito: “Será que el Espíritu Santo no tiene interés en que me ocupe de esas cosas”, dijo entonces.

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Los pasos para seguir después de la muerte del papa están descritos en la Constitución ‘Universi Dominici Gregis’, aprobada por Juan Pablo II en 1996, y salvo la apertura de un cónclave y la destrucción del anillo papal, además de otros pequeños detalles, parece que poco cambiará, aunque esos matices serán importantes.

Pero en el caso de Benedicto XVI, sobre quien en las últimas horas se dijo que “entró en la etapa final de su vida” y ya estaría inconsciente, las disposiciones relativas a la apertura del testamento o cómo y cuándo celebrar el funeral, no serán tomadas por el camarlengo, quien actúa en caso de Sede Vacante, como se conoce el periodo sin pontífice, sino directamente por Francisco.

Todo indica que al igual que con el papa, se preparará el cadáver y se organizará una capilla ardiente, pero dentro del palacio pontificio, pues Joseph Ratzinger vive en el monasterio Mater Ecclesiae desde su renuncia, en el interior de los jardines vaticanos.

Se desconoce si será pública o privada, aunque Francisco ciertamente permitirá la veneración de los fieles en la basílica de San Pedro.

Con total seguridad, será la primera vez en la historia en la que un pontífice presida el funeral de su inmediato predecesor, pues Francisco celebrará la misa a la que, probablemente, serán invitadas las máximas autoridades de todos los países.

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También se conocerá el lugar indicado por Benedicto XVI para ser enterrado, aunque con total seguridad será en la cripta dedicada a los pontífices situada bajo la basílica vaticana, como ya reveló a su biógrafo, Peter Seewald.

Es posible que, como en el caso de los papas, también haya tres féretros, pero son detalles que nadie conoce, dado que se trata de la primera vez de un papa emérito.

Dos días antes de que su renuncia fuera efectiva, el 26 de febrero de 2013, el entonces portavoz vaticano, Federico Lombardi, anunció que tendría el título de “Papa emérito” o “Romano Pontífice emérito”, que seguiría siendo “Su Santidad Benedicto XVI”, que vestiría una sotana blanca más sencilla, sin la pequeña capa o “esclavina” sobre los hombros, y que no llevaría el anillo del pontífice, sino uno de obispo. Esto no estaba escrito en ningún documento.

Y es que tras su muerte seguirá faltando una reglamentación que evite importantes problemas de gestión en el Vaticano sobre la convivencia de dos papas, después además de que el papa alemán haya podido ser utilizado por un ala más conservadora de la Iglesia para atacar a Francisco.

“El papa emérito, en los primeros años, fue utilizado por varios grupos para otras causas, especialmente dentro de la Iglesia, y con motivos no siempre transparentes”, lamentó Luis Badilla, director de la página que recoge información vaticana ‘Il Sismografo’, donde estimó “oportuno y necesario codificar la presencia de un exobispo de Roma”.

Para Massimo Franco, periodista de Corriere della Sera, que visitó varias veces a Benedicto XVI en su residencia Mater Ecclesiae y es autor del libro ‘Il Monasterio’ sobre la convivencia de los dos papas, el hecho de no estar regulada la renuncia “es algo que en perspectiva puede ser desestabilizador para la Iglesia”.

“Es la gran laguna que hay que rellenar. El gran tema no afrontado en la Iglesia es saber si el gesto de Benedicto será único o el inicio de una praxis. Hay que pensar que un papa pueda dimitir, pero también cómo. Puede ser alguien que elija apartarse o que dimita diciendo que la Iglesia es irreformable”, señala.