El motivo del papa es uno solo: no irá a Argentina hasta que se garantice que su viaje no será controvertido y que generará unión, pero no odios. Sin embargo, el deseo de Francisco es bastante complicado, porque a pesar de ser una figura muy popular en casi todo el mundo, en su propio país es motivo de profundas divisiones, informa El País, de España.

Pero el asunto va más allá: Francisco es un líder político y no solo religioso (como en general lo han sido los papas, tal vez, desde el Concilio Vaticano II), y tiene grandes diferencias con Mauricio Macri, presidente de su país, por su política económica y por la clase social que representa (los multimillonarios).

El sociólogo Fortunato Mallimaci dice que es en Argentina donde menos se entiende el mensaje pastoral del papa, en parte debido a que, además de Francisco, el pontífice sigue siendo el cardenal Bergoglio, con sus amigos, contactos y vida pasada en general. Además, sobre las diferencias con Macri, dice:

“Hay un distanciamiento creciente de Francisco hacia sus políticas sociales y económicas neoliberales”.

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Por otra parte, el papa es muy rechazado en los sectores que simpatizan con el presidente Macri y con el antiperonismo (aunque parezca extraño, el papa es visto como un peronista -seguidores del presidente Juan Domingo Perón- en Argentina) debido a su cercanía con figuras de la oposición y con las Madres de la Plaza de Mayo, que buscan a sus hijos perdidos en la dictadura militar gaucha.

Y en los últimos meses hubo 2 hechos que profundizaron y evidenciaron la distancia que hay entre Macri y Francisco: primero, cuando el papa visitó a Chile -para lo cual, dicho sea de paso, tuvo que pasar sí o sí por cielo argentino-, se negó a recibir a Nicolás Piñera, un gran aliado del presidente argentino; y segundo, el debate para la despenalización del aborto al que Macri le dio paso en el Congreso.

La ausencia del papa en su país transmite la idea de que la sociedad argentina es muy complicada, ya que, por ejemplo, Juan Pablo II y Benedicto XVI, los antecesores de Francisco, viajaron muy pronto a sus países de origen luego de ser elegidos para el trono de San Pedro, recuerda Deutsche Welle. Además, de paso, parece ser la prueba del refrán que dice que nadie es profeta en su propia tierra.