Transferencias, cheques y hasta efectivo son la única vía cuando la cartera crediticia en Venezuela, que transita su octavo año de recesión con una moneda pulverizada, no llega a 140 millones de dólares, minúscula frente a la de 14.000 millones de su vecina Colombia, donde la gente se endeuda más, pues hay cómo pagar y quién le preste plata.

En contraste con Colombia, emitir préstamos en bolívares, la depreciada moneda local que ha perdido casi 73 % de su valor solo este año, no es viable para los bancos, que ni siquiera dan tarjetas de crédito, mucho menos una hipoteca a largo plazo, pues las cuotas se disuelven.

Un crédito en dólares, preferidos para cualquier transacción, requiere un permiso especial del gobierno, lo que hace que adquirir vivienda propia en ese país requiera de muchísimos años.

El ingeniero Gustavo Martínez se mudó a Caracas en enero desde Puerto La Cruz (oriente del país), donde estudió y tuvo su primer trabajo. Vivió con su abuela antes de instalarse con su novia en un apartamento en arriendo en una zona acomodada.

“Un apartamento cuesta alrededor de 50.000 dólares (190 millones de pesos). Ningún trabajo te paga eso”, le dice a la agencia AFP este ingeniero petrolero de 30 años: “Mucho menos vas a pagar eso de contado”, agrega.

Rentar tampoco es opción para muchos. Martínez prefiere reservarse cuánto gana, pero su ingreso es exponencialmente mayor que el sueldo mínimo, que apenas supera los 2 dólares en el sector público y que promedia unos 50, según estimaciones, en el privado.

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El arrendamiento de un apartamento en una zona popular caraqueña ronda los 150 dólares mensuales (574.000 pesos colombianos). “Es lo más bajo que he conseguido”, explica la corredora inmobiliaria Carolina Quintero.

A muchas parejas jóvenes no les queda otra que vivir con sus padres.

No hay cifras actualizadas de cuántos venezolanos tienen casa propia. El gobierno dice haber entregado 3,5 millones de casas y apartamentos populares con un plan creado en 2011, llamado ‘Misión Vivienda’, número puesto en duda por expertos.

Transferencia o efectivo, las únicas alternativas

Los créditos hipotecarios sumaron en marzo unos 840.000 dólares, según la autoridad del sector bancario: 0,6 % del total de créditos, por lo que personas como Gustavo quedan al margen aunque pudiesen asumirlos.

“Es absolutamente marginal”, acota el economista César Aristimuño, quien destaca que en 2014 la cartera hipotecaria representaba 7,2% del total. “No hay forma que la compra de viviendas sea apalancada por el sistema bancario”.

Sin embargo, la dolarización informal ocurrida en Venezuela, con la gente intentando protegerse de la inflación, y la depreciación del bolívar ha facilitado operaciones inmobiliarias, en recuperación después de desplomarse en 2018.

“En 2019 crecimos 5 % (…) y esperamos cerrar con más de 20 % el año 2021”, dice Francisco López, presidente de la Cámara Inmobiliaria.

La mayoría de las operaciones son alquileres (70 %) y el resto, compra-venta, sobre todo en el mercado secundario, normalmente de personas que venden un inmueble propio para invertir en otro, sostiene López.

Las operaciones se realizan normalmente a través de transferencias entre bancos extranjeros “el día antes de la firma”, relata Quintero. “Algunas veces el comprador da 5, 15 o 20 por ciento de reserva en efectivo” para trámites y comisiones.

Esos billetes son fotocopiados y pasados por una máquina para descartar falsificaciones.

Las redes sociales apoyan la venta de vivienda en Venezuela

Las ofertas de ventas inmobiliarias son numerosas en redes sociales. La mayoría muestran apartamentos o casas en barrios ricos con vista al cerro El Ávila, que bordea Caracas, aunque hay alternativas en sectores de clase media y populares.

Ciertos promotores optaron por brindar financiamiento propio para la compra de vivienda.

En Guatire, ciudad dormitorio a 40 minutos de Caracas en auto, un proyecto ofrece departamentos en obra con 33 % de inicial y 11 meses para pagar. Un apartamento de 67 metros cuadrados, a 16.300 dólares de contado, quedaría en 5.830 de inicial y 11 cuotas de 1.000. Quintero advierte que hay que estudiar muy bien a las constructoras para evitar estafas.

Existen también prestamistas particulares, con fama de usureros, que cobran 15 % de interés mensual y exigen garantías que incluso triplican el valor de la suma que conceden.

Gustavo busca maneras de ahorrar, con pequeñas inversiones, con miras a tener “algo propio”.

“Si hubiera ese tipo de crédito en dólares para que la gente que pueda pagarlo con su trabajo, yo creo que sería buenísimo”, dice.