A finales de 1936, un enfurecido Einstein le mandó al editor de la prestigiosa revista The Physical Review, una carta que debió sonar como un trueno:

“Nosotros le hemos mandado nuestro manuscrito para que lo publicara y no lo hemos autorizado a que se lo muestre a especialistas antes de que esté impreso. No veo ninguna razón para considerar los comentarios –en todo caso erróneos– de su experto anónimo. En base a este incidente prefiero publicar el artículo en algún otro lado”.

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¿Cuál es el contexto de este ‘impasse’? ¿De qué trataba el manuscrito aludido? ¿Qué consecuencias tuvo?

Era el tercer artículo que Einstein mandaba al Physical Review, desde que vivía en Princeton, en 1933, todos con su colaborador, Nathan Rosen. El primero trataba sobre lo que hoy se conoce como agujeros de gusano, y el segundo, de mecánica cuántica, planteaba la hoy llamada paradoja de Einstein-Podolski-Rosen. Ambos fueron publicados sin problemas.

Sin embargo, el tercero no. A comienzos de 1936, Einstein le había escrito a su amigo Max Born: “Junto con un joven colaborador llegué al interesante resultado de que las ondas gravitacionales no existen…”. Ese era el tema del tercer artículo. Con el provocador título: “¿Existen las ondas gravitacionales?” Einstein presuntamente demostraba que no existían. Las ondas gravitacionales eran una predicción hecha por el propio Einstein usando una aproximación de las ecuaciones de la relatividad general, unas tres décadas antes. A pesar de que no había detecciones directas de ondas gravitacionales, los físicos no dudaban de su existencia real.

El editor del Physical Review estimó que la importancia del tema y la asombrosa conclusión, ameritaban mucha cautela, más aún, siendo el autor nada más y nada menos que Einstein; de modo que no se arriesgó a asumir la responsabilidad de la publicación y siguiendo el protocolo de revisión por pares, envió el manuscrito a un árbitro externo. El árbitro advirtió un error en el trabajo y el editor le mandó a Einstein el reporte negativo y pasó lo que pasó: la ira desatada de Einstein, la promesa de más nunca volver a publicar en Physical Review y el envío del trabajo a una revista menos prestigiosa, donde fue aceptada sin ninguna revisión.

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Mientras tanto, un colega de Einstein en Princeton, el conocido cosmólogo Howard Robertson se las arregló para discutir con el joven Leopold Infeld, el nuevo ayudante de Einstein y le hizo ver cuál era el error del trabajo: Einstein, el veterano de los sistemas de coordenadas había usado unas coordenadas inadecuadas. Una vez corregido el error, el resultado era una nueva solución de ondas gravitacionales.

Infeld corrió a darle las nuevas a Einstein, quien al día siguiente daba una charla sobre el tema. Cuentan que al final de la conferencia Einstein dijo… “Si me preguntaran si las ondas gravitacionales existen, respondería que no sé, pero que el tema es muy interesante

Einstein logró que la publicación en la nueva revista saliera con las correcciones, sin la conclusión de que las ondas gravitacionales no existían y con otro título “Acerca de las ondas gravitacionales”, mucho menos tremendista.

Einstein no estaba acostumbrado al proceso de revisión externa y de allí su rabieta. Mientras vivió en Alemania publicó fundamentalmente en Annalen der Physik, una revista que tenía un porcentaje bajísimo de rechazos de artículos. De toda su obra científica, el único trabajo que fue sometido a un arbitraje fue precisamente en el que salió aplazado, pero el árbitro salvó a Einstein de publicar un error y una falsa predicción.

El experto anónimo de la sutil ironía de la carta de Einstein era precisamente, Howard Robertson, el mismo que le había señalado el error a Infeld, pero ni él ni Einstein jamás lo supieron. Fue un secreto bien guardado hasta el año 2005 cuando las bitácoras del Physical Review fueron liberadas.

Las teorías de la física son complejas y a veces no es fácil desencriptar lo que ellas saben. Fue tan sólo en la década de los 60´s cuando una nueva generación de físicos con nuevas estrategias matemáticas, determinaron que la relatividad predecía de manera inequívoca la existencia de ondas gravitacionales y luego de más de medio siglo de progreso instrumental y tecnológico fueron finalmente detectadas por primera vez en septiembre del 2015.

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Es cierto que la obra de Newton nunca fue sometida a arbitraje externo, ni el Origen de las especies, ni la teoría de la doble hélice del ADN, ni muchos otros grandes aportes a la ciencia. En nuestros tiempos, Internet ha abierto la posibilidad de repositorios donde los investigadores pueden alojar sus trabajos para la consideración de la comunidad. Grigory Perelman demostró recientemente la centenaria conjetura de Poincaré en una serie de artículos subidos a la nube, sin revisión por pares.

Sin duda que a Einstein le hubiera fascinado esta modalidad libre de arbitraje y, por cierto, Einstein cumplió cabalmente su promesa y más nunca volvió a publicar en el Physical Review.