Roman Dial, catedrático de Biología y Matemáticas de la Universidad Alaska Pacific, observó por primera vez los cambios más notables en la calidad del agua de Alaska mientras realizaba un trabajo de campo en la cordillera Brooks en 2020. Pasó un mes con un equipo de seis estudiantes de posgrado, y no pudieron encontrar agua potable adecuada.

“Hay muchos arroyos que no solo están manchados, sino que son tan ácidos que te cuajan la leche en polvo”, explica. En otros, el agua era clara, “pero no se podía beber (porque) tenía un sabor y un gusto mineral realmente extraños”.

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La mayoría de los cuerpos de agua oxidados se encuentran en algunas de las tierras protegidas más remotas de Alaska: el Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico, el Parque Nacional y Reserva de las Puertas del Ártico, el Parque Nacional del Valle de Kobuk y el Refugio de Vida Silvestre de Selawik.

“Parece que algo se ha abierto o que algo ha quedado expuesto de una forma que nunca antes se había visto”, explica Dial. “Todos los geólogos que ven estas imágenes dicen: ‘Oh, eso parecen residuos ácidos de mina’”. Pero, según los investigadores, el revestimiento oxidado de las rocas y las orillas de los arroyos procede de la propia tierra.

La hipótesis predominante es que el calentamiento del clima está provocando la degradación del permafrost subyacente. Esto libera sedimentos ricos en hierro que, al entrar en contacto con el agua y el aire, se oxidan y adquieren un color naranja oxidado. La oxidación de los minerales del suelo también puede aumentar la acidez del agua.

El equipo de investigación aún está en las primeras fases del proceso de identificación de la causa para poder explicar mejor las consecuencias. “Creo que el problema del pH es realmente alarmante”, afirma Becky Hewitt, profesora de estudios medioambientales en el Amherst College.

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La oxidación de los ríos de Alaska también afectaría a las comunidades humanas. Ríos como el Kobuk y el Wulik sirven también como fuentes de agua potable para muchas comunidades predominantemente nativas del noroeste de Alaska. De acuerdo con Patrick Sullivan, director del Instituto de Medio Ambiente y Recursos Naturales de la Universidad de Alaska Anchorage, una de las principales preocupaciones de la baja calidad del agua es que puede afectar a las especies que sirven como principal fuente de alimento para los residentes nativos de Alaska que viven un estilo de vida de subsistencia.

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“Es muy posible que algo así haya ocurrido antes, pero sucedió muy lentamente. Y tal vez no se produjera simplemente este pulso masivo de naranja que acabó en estos arroyos”, indicó Sullivan.

El equipo cree que podría haber más de un factor relacionado con el cambio climático en juego. Los años 2019 y 2020, dos de los veranos más cálidos registrados, fueron seguidos de inviernos con una acumulación de nieve inusualmente alta. “La nieve es un gran aislante de los suelos, y puede ser un impulsor potente del deshielo del permafrost”, agregó el director Sullivan.