Este atleta y activista planea sumergirse el próximo día 5 en la playa de Choshi (Chiba, este de Tokio) y nadar los 9.000 kilómetros que separan los dos extremos del Pacífico, durante los próximos 6 u 8 meses, hasta llegar a la ciudad californiana, según explica en una entrevista telefónica a Efe, mientras ultima los preparativos para su travesía.

“He entrenado física y mentalmente durante siete años para este momento. Me siento preparado”, afirma un confiado Lecomte, que nadará equipado con un traje de neopreno, gafas y tubo de esnórquel y aletas, además de una pulsera repelente de tiburones.

De conseguir llegar hasta San Francisco, entraría en el Libro de los Récord Guinness, aunque esta no es la principal motivación de Lecomte, que ya cruzó el Atlántico a nado en 1998.

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Tras culminar aquella travesía, trasladó su punto de mira al Pacífico, aunque para embarcarse en un nuevo desafío quiso contar “con una motivación más allá del mero reto personal” y, en particular, contribuir a resolver la contaminación oceánica de plástico.

Lecomte se alió entonces con oceanógrafos, que vieron en su recorrido transpacífico una “oportunidad única” para analizar los niveles de micropartículas de plástico en las aguas y sus posibles efectos en el ecosistema y la salud humana.

“Nunca antes se ha dado la presencia del plástico en el océano a una escala tan grande”, afirma Lecomte, cuya ruta tiene previsto atravesar la llamada Gran Mancha de Basura del Pacífico, situada entre Hawái y California, y considerada la zona con mayor acumulación de residuos plásticos de la Tierra.

Según la ONU, cada año 8 millones de toneladas de plástico van a parar a los océanos, que son ingeridos por los animales marinos y entran en la cadena alimentaria hasta llegar a nuestros platos.

Tanto el nadador como el yate que le acompaña, el ‘Discoverer’, tomarán un millar de muestras de agua para contribuir a diversos proyectos de investigación en los campos de la biología, la medicina o la oceanografía.

Los datos se compartirán con 35 organizaciones científicas, entre ellas la NASA o la Institución Oceanográfica Woods Hole, y permitirán también analizar los efectos del deporte extremo prolongado en el corazón, o el impacto en el cuerpo de la ingravidez (la flotabilidad en el agua produce un efecto similar).

El equipo también medirá los niveles de cesio 134 y cesio 137, con el objetivo de determinar hasta qué punto se han extendido por el Pacífico estos dos isótopos radiactivos vertidos por la accidentada central nuclear nipona de Fukushima a raíz de la catástrofe de 2011.

El yate ‘Discoverer’, en el que el deportista embarcará para descansar después de nadar unas ocho horas diarias, cuenta con una tripulación de dos médicos, seis marineros e investigadores y dos cámaras que documentarán la travesía.

La embarcación marcará la localización de Lecomte con GPS de modo que pueda retomar su recorrido cada día exactamente en el punto en que se detuvo la jornada precedente, y la retransmitirá en directo a través de las redes sociales.

El ritmo al que aspira el nadador es de entre 32 y 64 kilómetros diarios, en función de las corrientes y de las condiciones meteorológicas.

Para cubrir semejante demanda energética, ingerirá una dieta de unas 8.000 calorías al día basada en alimentos hipocalóricos como el arroz, la pasta o los aceites y otras grasas.

Lecomte espera encontrarse con “muchos animales marinos” durante su largo viaje, entre ellos diferentes especies de escualos, pues su recorrido previsto atraviesa una amplia zona migratoria de tiburones blancos.

Aunque admite que “existe la posibilidad de ser atacado” por uno de estos gigantescos depredadores, su “mayor miedo” es que se produzcan imprevistos técnicos en el barco o sufrir algún tipo de lesión que puedan retrasar la expedición, la cual ha sido financiada por la web científica estadounidense Seeker y varios patrocinadores.