¿Un mundo sin chocolate? ¿Una pausa sin café? ¿Sushis sin arroz? La hipótesis parece alocada, pero ante la amenaza del cambio climático, algunos expertos han empezado a rastrear de forma urgente los ancestros salvajes de plantas que forman parte de nuestra dieta.

Cuando se evocan las “especies amenazadas” se piensa a menudo en los osos polares, los pandas o los elefantes, pero se olvida la flora.

“Hay cosas que damos por hechas”, explica Aaron Davis, científico del Kew Royal Botanic Gardens, en el Reino Unido. Pero el calentamiento global tiene consecuencias en cultivos tan primordiales como los cereales, el café, el té, el cacao o el banano.

Lee También

Algunas de esas especies, como la papa o el arroz, son esenciales en la dieta de miles de millones de seres humanos. Según un estudio publicado en mayo, cerca de una tercera parte de la producción agrícola estaría amenazada.

Los arrozales, por ejemplo, se verían directamente amenazados por la subida del nivel del mar, que aumenta la salinidad en los deltas. El Centro Internacional de la Papa anticipa una caída del 32 % de las cosechas de aquí a 2060.

En cuanto al café y el cacao, varios estudios proyectan una caída significativa de la superficie de los cultivos, de aquí a 2050, y de hasta el 50 % en el caso del café.

Durante más de 10.000 años, la humanidad utilizó técnicas de cultivo selectivo para adaptar las especies vegetales a un uso agrícola en un medioambiente determinado.

(También puede leer: Qué es metano, el otro gas que, de reducirse, bajaría seriamente el calentamiento global)

Pero ese medioambiente está cambiando a gran velocidad, y quizás llegó el momento de volver a recuperar las versiones primigenias, “salvajes”.

“Cuando seleccionas las ‘mejores’ [especies], forzosamente pierdes algunos genes. Hemos perdido diversidad genética“, explica Benjamin Kilian, de la fundación Crop Trust.

En consecuencia, “la capacidad de esos cultivos para adaptarse ante el cambio climático, u otros desafíos, forzosamente es limitada“, explica.

Con el alza de temperaturas “necesitaremos utilizar toda la biodiversidad posible, para reducir los riesgos y ofrecer diferentes opciones“, insiste Marleni Ramírez, experta de un consorcio internacional sobre investigación agrícola CGIAR.

¿Demasiado tarde?

El primer obstáculo para utilizar características genéticas ancestrales, como una mayor resistencia a la salinidad o al calor, es tener acceso a esas versiones salvajes.

Existen bancos genéticos de semillas, como el Kew Millenium Seed Bank, que colecta y almacena en Inglaterra los granos de cerca de 40.000 especies de plantas salvajes.

Pero todas las especies salvajes no están representadas“, comenta Benjamin Kilian. Así que se necesitan botanistas especializados, para una tarea larga y costosa.

Entre 2013 y 2018 Crop Trust recogió más de 4.600 muestras de 371 variedades salvajes de 28 cultivos prioritarios (arroz, trigo, papa dulce, banano, manzanas…).

(Le interesa: La Tierra sigue rumbo “catastrófico” hacia incrementar su temperatura en 2,7 ºC)

Aaron Davis y sus colegas hallaron por su parte una especie salvaje de café en Sierra Leona, mejor que la robusta y más resistente al calentamiento que la sutil arábica.

“Si hubiéramos ido allá diez años más tarde, probablemente se hubiera extinguido”, estima. “De las 124 especies conocidas de café, 60 % están amenazadas de extinción“.

Los cafetales no son los únicos afectados. Por ejemplo, en cuatro países de América Central, cuna de numerosos cultivos, 70 especies salvajes de plantas esenciales para la alimentación, como el maíz, la papa, el aguacate o la calabaza, están amenazadas de extinción, es decir, el 35 % de las plantas analizadas, según un reciente estudio.

Los especialistas temen llegar demasiado tarde. Y, además, una vez halladas y recogidas, el trabajo no se ha terminado.

Las variedades no están forzosamente listas para una agricultura a gran escala.

Así que hay que experimentar nuevas variedades. Y “eso puede tomar 10, 15, 20 años” si no se utiliza la ingeniería genética, alerta Benjamin Killian. En el caso de la papa, desarrollar una nueva variedad puede tomar hasta 100 años.